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marzo 29, 2008 / Roberto Giaccaglia

Tengo un primus que escribe

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Ensayos bonsai, Fabián Casas, 230 págs., 2007, Buenos Aires, Emecé.

Al fin he podido leer un ensayista que no le hace caso a nada más que a su gusto, alguien que piensa a partir de una sensibilidad, no de un sistema de pruebas. Y eso que ideas hay, algo que en cierta manera vendría a negar lo anterior, que aquí estamos ante el puro gusto, la pura sensibilidad, porque se sabe lo que ocurre cuando la sensibilidad se somete a evaluaciones: muta en ideas, algo a veces frío, estereotipado, aburrido de leer, con mucho asidero y con nada de riesgo, mucho peso y nada de alas.
Pero las contradicciones son lo de menos.
“El odio no me parece un sentimiento interesante”, escribe Fabián Casas en alguna parte de su libro, la parte en la que creo que habla del legado de Pink Floyd en comparación con, según él, esa mierda que fue el punk. Escribe, entonces, “el odio no me parece un sentimiento interesante” para después, unas pocas páginas más adelante, ponerse a odiar a todo el mundo, a los que se compran celulares, a los VIP’s, a los famosos, a los que salen en la televisión, a la televisión misma, a los que se hacen los amigos por conveniencia, a los que rinden culto a ciertos actores, y quizá a varios más de los que ahora no me acuerdo. A los conchetos, creo. Pero no sé si los nombra.
Será un sentimiento poco interesante el odio, pero tal vez sea incontrolable… Como el nombre de ese grupo de rock del que nadie debe de acordarse ya, y eso que tenía un nombre bárbaro, Sentimiento Incontrolable.
Pero las ideas tal vez sí sean controlables… No ya por el Estado, que es otra cosa, sino dentro de uno. Las ideas pueden manipularse a gusto, disfrazarse, mostrarse plenamente cuando a uno se le ocurra. La gente de derecha, por caso, dentro de la cual Fabián Casas engloba a muchos artistas de su preferencia sin dudarlo, en parte por creer que los grandes artistas son de derecha, por ejemplo los poetas Pound y Eliot y Spinetta, ejem, quienes se muestran de derecha sólo cuando se les ocurre hacerlo, no siempre. No al principio de su carrera, por ejemplo, cuando Spinetta escribía aquello del rock duro música suicidada por la sociedad. Bueno, ahora que lo veo es quizá una idea bastante derechista… A lo que voy, entonces, tratando de no enredarme, o sí, qué tanto, que después de todo de los cruces surge lo mejor, es que si bien las ideas son controlables no lo son tanto los sentimientos. Y Fabián Casas escribe así, descontroladamente.
No es que sea algo muy raro en un escritor esto del descontrol. Se lo ve seguido, a veces con resultados terribles y a veces no. Lo que sí es raro es verlo en un escritor que escribe ensayos. Pero se me está escapando una cuestión, que no había tenido en cuenta, tonto de mí: Fabián Casas no es ensayista. Fabián Casas es poeta.

Una oportunidad

Caminás con las manos en los bolsillos,
por la rambla, rodeando el mar.
Te acordás de otro tiempo, aquí mismo,
estabas enfermo de la cabeza
y no podías sostenerte de pie,
con elegancia. Sin embargo,
pudiste salir.
Hubo una oportunidad en aquella época.
Ahora mirás el mar, pero no decís nada.
Ya se han dicho muchas cosas
sobre ese montón de agua.

Saqué este poema de un blog, no me acuerdo de cuál. Fabián Casas escribe mucho en blogs y de hecho los ensayos de Ensayos bonsai ya fueron publicados en blogs, al menos buena parte de ellos. Pero no es por escribir en blogs que Fabián Casas luce como un escritor moderno, cosa que es, en serio. Lo de escribir en blogs es un mero dato, nada más, que cada uno puede tomar como quiera pero que yo tomo así: a Fabián Casas le gusta escribir. O sea, escribe al pedo. Y escribe en pedo también, o recordando cosas que pensó estando en pedo.
No debe de haber escritores más interesantes.
Un escritor así es un escritor que escribe sin esperar nada a cambio. A esa trilogía que dice la verdad, los borrachos, los niños, los locos, habría que hacerle lugar a un cuarto tipo de hombre verídico: el escritor al pedo. Se me ocurre esta entrada a partir de las verdades como lápidas que Fabián Casas estampa en la cara del lector, persona a la que él no invitó a leer sus cositas, persona a la que ni esperaba, por eso todo le sale como le sale, natural, por el mero gusto de hacerlo, y bastante descuidado. Sucio y desprolijo, como Pappo. Fabián Casas escribe cinco veces la palabra «notable» en una sola página, como si no tuviera un diccionario a mano o como si no se le ocurrieran sinónimos o se sintiera incapaz de crear algo parecido a una analogía, a una construcción o componer un parrafito lindo de leer que dando vueltas y vueltas esquivara repetir la palabra “notable”. Pero no es incapaz de hacer algo mejor. No le importa, que es otra cosa. El tipo escribe porque quiere, no para demostrar lo bien que escribe. Si te tiene que poner que el punk es una mierda, que a los VIP’s hay que hacerlos bolsa, que una línea es de puta madre, que Aira cagó a la literatura argentina, que la sociedad tiene reglas de mierda, te lo pone y listo, de esa manera. Lo suyo es saludable. No voy a decir «fresco», que para nombrar a Fabián Casas la palabra «fresco» es una cagada, como le gustaría decir a él. Voy a decir mejor que Fabián Casas no se toma en serio. Eso sí que está bien. El escritor que escribe porque quiere, el escritor que escribe al pedo, el que no quiere demostrar nada, es un escritor que no se toma en serio, que repudia a la SADE, que se burla de los premios, que se caga en todo el mundo, empezando por él mismo.
Pero bueno, resulta ser que Fabián Casas sí ganó un premio, y el guacho lo pone en la solapa de su libro: el de la Fundación Anna Segher, por no sé qué cosa que encontró el jurado en su lírica. El jurado por ahí estaba en pedo, qué sé yo, pero se les da tanto premio de más renombre a tipos que escriben peor que Fabián que está bien cualquier cosa que se haya dicho de su lírica.
A lo que iba, tengo que escribir rápido para no olvidarme de nuevo: digo que Fabián Casas escribe desde la posición de quien no quiere que lo premien… pero el tipo pone el premio recibido en la solapa de su libro. Ja, una excepción que confirma la regla. No sé si está bien explicado, pero creo que se me entendió, aparte siempre quise usar esa formulita que me enseñaron en algún momento de la primaria.
Pero no haría falta tampoco. Es que esa contradicción, que a lo mejor ni siquiera es tal, lo que viene a hacer es darme la derecha, preferiría la izquierda, acerca de que un tipo que hace las cosas por mero gusto es un tipo con contradicciones. Los ensayos de Ensayos bonsai lo demuestran a cada rato. Pero no sólo eso, tomá, sino que también es en el error, justamente (y la contradicción es un tipo de error, me parece, y si no estaré equivocado), el error, digo, es la fuente de la que Fabián Casas bebe todo el tiempo para construir lo que construye, sus ensayos de puro gusto. El arte todo, parece decirnos Fabián, lo voy a tutear al tipo, se construye sobre la base del error. Incluso su libro larga así, con un epígrafe que aplaude el error: «Lo que yo busco en la performance de cada actor es la Hamartia, un término de arquería que se refiere a la forma en que se yerra, no a la forma en que se acierta». La frase es de David Duchovny, que no es director de cine o teatro, sino el agente Fox Mulder en la serie de televisión The X-Files. Las palabras de un actor de cuarta en vez de un director de cine de culto para usar como epígrafe no están porque sí. A Fabián Casas, como a Borges, justo es decirlo, le encanta empaparse de cultura, renegar de ella, sumergirse en lo prosaico, renegar de ello y luego mezclarlo todo. Lo popular y lo culto. El pastiche es interesante. O le sale bien, no sé. Digamos, no para de cruzar niveles de cultura. Hasta su editor, o él mismo tal vez, eligió una frase del libro para ilustrar la contratapa: «Sé que es en los cruces donde está lo más interesante». Pero esto sólo lo puede hacer un tipo que conoce mucho, un tipo empapado.
Fabián Casas conoce muchas cosas: artes marciales, fútbol, rock argentino, poesía, rock anglosajón, drogas, películas, el ambiente del periodismo, el ambiente de la literatura, la literatura en sí, algo de política, algo de moral, de todo habla y todo lo mezcla, sin el menor tapujo, como debe ser, con una confianza ciega en el cruce de caminos, la única garantía de que el artista puede alguna vez llegar a buen puerto o por lo menos recorrer un trayecto interesante, de esos que no aburren.
No sé si efectivamente se lo propuso, pero Fabián logra esto último, no aburrir. A veces hincha un poco las pelotas, es cierto, o sea, demuestra demasiado, se agranda, se jacta, te echa en cara todo lo que probó en su vida, lo valiente que es, lo original con respecto al resto, consiguiendo con ello no otra cosa que contradecirse de nuevo: el hombre no deja de decir que hay que hacer las cosas de forma invisible, sin que nadie lo note, que ahí reside la calidad de lo que uno hace, en su invisibilidad, cosa a la que lo ayuda la aplicación de la filosofía wabi, que no es una filosofía sino una sola palabra: yo también me desdigo, yerro: wabi significa algo así como no darse diques. Pero si Fabián no deja de decirte que él ya lo probó todo, que se da cuenta de un montón de cosas que el otro no, pues nada de aplicar a su propia vida el wabi entones. Es ahí cuando empalaga. Pero un poco nomás, lo suficiente como para que uno piense que con el libro de Fabián puede pasar de todo, enojarse incluso, pero no aburrirse.
¿O sí?
Y, la verdad que algunos ensayitos son intrascendentes. La palabra “ensayito” no es despectiva. Es una palabra wabi. Por ejemplo, las notas que escribió a pedido para ya no sé qué mundial. El último quizá. Seguramente tendría por ahí algún escrito más interesante que este. Bueno, ese ensayo entonces es un tema de relleno, de esos que ponen los grupos para hacer que su disco llegue a determinada duración. No sólo de hits vive el hombre, o las editoriales. Pero lo bueno en ese ensayo intrascendente es que le pidieron hablar de fútbol y el tipo habla de cualquier cosa. Por ejemplo, del arreglo económico al que llegó para escribir las notas en cuestión. Bah, lo más probable es que sea una broma, que no le pagaran nada por esa serie de notas sobre el mundial, pero está bueno que se haga lo que menos se espera de uno. Se me está yendo la mano, a ver si alguien piensa que este libro es pedagógico.
Bueno, sí, capaz que lo sea, alguito… o bastante. No, mucho.
Enseña a faltarle el respeto a la literatura, en cagarse en todo.
A mí me pareció eso por lo menos. Es que de los maestros, y Fabián tiene cara de «maestro», no, de “profesor” no, me refiero a la palabra «maestro» dicha en cordobés, que en la jerga porteña o norteña o sureña no sé cómo será, de los «maestros», digo, uno aprende lo que necesita, no todo lo que el “maestro” se larga a decir. Y a mí me parece que lo más necesario es eso. Algo como un desparpajo.
Qué sé yo, si Fabián Casas fuera un grupo de rock, y apuesto lo que sea que le gustaría ser uno, sería Primus, una banda absolutamente intelectual con una actitud absolutamente punk, o sea un sonido erudito y una forma de tocar prosaica. Fabián se acerca a la literatura de la misma manera en que Primus se acerca a la música: irreverentemente. Primus es un grupo del que vos sabés que tiene más guardado, pero mucho más. Es un conjunto muy difícil de definir, que los yanquis llamarían freak, y que a mí ahorita mismo no se me ocurre cómo llamar. Pero para qué poner nombres.
Digo Primus y pienso en una palabra que no tiene nada que ver, primo. A Fabián la familia le importa mucho: se la pasa nombrando a sus miembros, sacando de los momentos vividos con ellos enseñanzas de todo tipo, enseñanzas para él, no para quien lee, o sea momentos que lo dejaron marcado, momentos con su padre, momentos con su hermano, momentos con su primo, momentos de iniciación diría yo, momentos literarios, momentos de rock, momentos políticos, momentos de comienzo de una cosa y fin de la otra, momentos de los que mejor olvidarse. No hay muchos ensayistas que basen en su primo, o en un amigo, como a veces hace Fabián, lo que tengan para decir. El aprendizaje por el afecto.
A mí me gustaría que Fabián fuera mi primo. Hermano no, porque me resultaría muy jodido de soportar. Aparte es unos años más grande que yo, tiene cara de malo, sabe karate y seguramente me habría vivido cagando a trompadas. Pero primo estaría bien. Lo iría a ver cuando quisiera charlar de cosas que me gustan, el rock por ejemplo, o a que me prestara un disco que no tengo o me convidara a fumar algo que tampoco. Capaz que hasta me gustaría más que leerlo, aunque tan mal no la pasé. Por ahí me hinchó bastante, pero me cagué de risa, le di la razón un par de veces, medio lo discutí otras, otras ni fu ni fa, me hipnotizó, me emocionó y sólo en unos momentos me pareció que languidecía un poco, como esos grupos que después de una canción que te deja con los oídos extasiados te larga una medio blandengue, más propia de Lenny Kravitz que de Primus, ponele. Pero así es cuando uno es un maestro, los buenos momentos van y vienen, los más, los menos, las contradicciones, los aciertos sin querer. Nada es calculado. Así escribe mi primus y es casi un orgullo decirlo.

3 comentarios

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  1. ezequiel / May 7 2010 8:00 pm

    Es una de las mejores críticas que leí de un libro de Casas. O le sacaste la ficha, o el tono que da la nota, hace sube y baja de plaza entre los formalistas rusos y cacho el verdulero que lee. Me copo mal.

    Un saludo.

  2. Roberto Giaccaglia / May 8 2010 10:43 pm

    Bueno, gracias.
    La escribí hace un tiempo, mierda, más de dos años ya.
    Tu comentario me trajo a la cabeza algo que me pasó el otro día:
    Husmeando en una librería agarré un libro de Casas en cuya contratapa ponía algo como «… si Casas fuera un grupo de rock sería un trío alternativo», o algo así. Sonamos, dije, me afanaron.

    Un abrazo.

  3. Rodrigo / Oct 10 2011 4:57 pm

    ¡Muy buen comentario che! Me gusta mucho Casas, en gran medida por sus arbitrariedades e imprefecciones.
    Saludos

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