Saltar al contenido
febrero 1, 2008 / Roberto Giaccaglia

Qué vergüenza haber crecido

Lo peor de todo, 130 págs., 1992.

Héroes, 176 págs., 1993.

Yo quería ser Ray Loriga, en serio.

¿Quién no se encerró alguna vez en su pieza y prometió no salir nunca más? ¿Quién no llenó su pared con fotos de gente que admiraba y prefirió compartir con ellos y no con los que estaban afuera la vida, las preguntas? Afuera, no pasaba nada, ni nadie contestaba. Afuera, no había sitio donde estar. La gente pasaba sin más. No parecían reales. Lo real estaba en esa habitación que quisimos cerrar a cal y canto. Si acaso, abrir un poco la ventana, para que entrara algo de aire, con las cortinas corridas, por las dudas alguno de esos personajes irreales que se movían afuera se animara a echar un vistazo.
En esa habitación, al contrario de lo que sucedía afuera, estábamos acompañados. Teníamos todo lo que queríamos y nada más que eso, lo que queríamos. No sobraba ni faltaba nada, había palabras que realmente importaban, que podían escucharse hasta quedarse dormido, hasta que el sueño nos ganara y seguir entonces conversando.
Es raro la amistad con ciertas cosas, con los discos, por ejemplo, con los héroes que los habitan, los que justifican nuestro encierro, que no queramos saber nada más con nada. No siempre se encuentra comprensión hacia esa amistad, sino más bien desprecio. Recuerdo a un amigo, que ahora es médico, que ya no es amigo, diciéndome si sólo eso quería para mi vida. Y sí… eso y algo más, pero que no falte eso, nuestros héroes.
Fue raro toparme con Ray Loriga entonces, un tipo que parecía entenderlo todo, al menos lo que a mí me importaba, cosa que, a su vez, no parecía importarle a nadie más.

Pero no era lo único interesante de Ray Loriga, es decir que hablara de cosas que a uno le importaban, que efectivamente pareciera no querer nada con otra cosa que no fueran los héroes de sus discos, sino también que uno al leerlo se convencía de que también podía escribir. Era, sí, como esos rockeros despreocupados que en vez de acceder a un autógrafo te ofrecen una guitarra para que vos hagas lo mismo y no tengas que pedirle autógrafos a nadie.

Vamos, es fácil, sólo tienes que lanzarte y ya. Es hasta optimista. Funciona un poco como las películas de Richard Linklater, al menos las primeras. Uno veía Antes del amanecer y tenía ganas de lanzarse al mundo del cine, sin más. Total era fácil, tal como demostraba el director. Con Loriga pasa más o menos lo mismo. Parece nutrirse de uno, de historias que son de uno, que uno tiene dentro, y por eso al leerlo sucede la extrañeza.
Yo pensaba por ejemplo que esa historia que cuenta en Héroes también se me podría haber ocurrido a mí. De hecho… creo que lo soñé. De hecho… creo que lo viví. Encerrarse, escuchar discos, no querer salir y pasar a vivir ahí dentro, en las canciones de otros.
Es en esos momentos cuando sentimos el golpe. Nuestras historias son al fin talladas por alguien.

Con Lo peor de todo, y todavía más con Héroes, yo sentía no sólo que el escritor me había espiado hasta sacarme las historias que se me habían estado ocurriendo, no sólo por culpa de escuchar tantos discos, sino también por ver tantas películas, todas yanquis, discos y películas que hablaban más o menos de lo mismo, juventudes perdidas, sueños perdidos, cadáveres bonitos. De pronto había encontrado una voz que gritara por mí lo que yo todavía no tenía del todo claro. Después de dos o cuatro capítulos de Héroes yo también ya estaba escribiendo, qué tanto.

No era del todo difícil, como ya dije. Había que animarse, nada más. Las historias estaban ahí, al alcance de la mano, en discos, en miles de canciones, en películas, en miles de diálogos. Pero me salió cualquier cosa. Y claro, me faltaba algo más que cosas sobre las que escribir, me faltaba la personalidad suficiente como para que lo que yo escribiera no se transformara en un mal Loriga.

Estas son cosas que ocurren más que nada con escritores señalados como “escritores para la juventud”, vaya uno a saber por qué.
Los llamados “escritores para la juventud” no son otros que aquellos que de alguna manera han logrado comprender en lo más profundo el tiempo en el que les toca vivir y escribir, nada más ni nada menos. Han tomado de ese tiempo lo mejor y lo peor, y con ello, más una sensibilidad suficiente como para darse a entender sin rodeos, componen historias duraderas por el sólo hecho de haber sido concebidas sin pretensiones, sino con el mero afán de comprenderse a sí mismos. En esos escritos están el cómo y el por qué de lo mejor y de lo peor de ellos mismos. Así, funcionan como esponjas que regurgitan experiencias. Y tienen el valor suficiente como para mostrarlo. Ahí están Salinger, Bukowski, Bolaño…
Y yo me animo a sumar, desde lejos, eso sí, a Ray Loriga, no porque su talento sea mucho menor al de esos tres, cosa que no creo, sino porque todavía no ha entregado creo yo su libro definitivo. Todavía no hay un El guardián entre el centeno, o un Factotum, o un Los detectives salvajes de Ray Loriga, a no ser que esos manjares exquisitos ya sean Lo peor de todo o Héroes, cosa que no creo, o que mejor dicho no quiero creer, porque Ray aún es joven y espero que pueda entregar algo mejor todavía. No encontré nada de eso en Días extraños, ni en Trífero, ni en Tokio ya no nos quiere (no leí Caídos del cielo y todavía no termino El hombre que inventó Manhattan ni parece que vaya a hacerlo), libros que les siguieron a las novelas anteriormente nombradas (Lo peor de todo y Héroes, que deben de ser, después de todo, libros suficientes como para que un escritor sea reconocido hasta más allá de su muerte —¿lástima que siguió escribiendo, entonces?), pero apuesto a que lo mejor de él está por venir, esperando entre el centeno, quién sabe, o mejor dicho entre botellas vacías de cerveza, entre cigarrillos mal armados, entre sueños rotos, entre discos tirados en el piso, a montones, lugares donde se esconden perdedores o soñadores natos.

Pero hay un problema, no se puede seguir siendo para siempre un escritor para la juventud. Quiero decir, se puede, pero es muy difícil. A no ser que uno sea Salinger y se esconda de la humanidad una vez escrito lo suficiente, entonces ahí sí: se es un escritor para la juventud para siempre. (Me hago de nuevo la pregunta de recién: ¿no era suficiente con Lo peor de todo y Héroes?). La otra opción es morirse, claro, o no morirse, que debe de ser feo, sino más bien consumirse en un fogonazo, como aclara uno de los personajes de High Fidelity que deben hacer los verdaderos artistas… una película que bien pudo haber salido de un libro de Loriga y que no puedo creer que no haya sido así… Pero fue de uno de Nick Horby, que después de todo habla de lo que uno quiere escuchar, de canciones. Y no me parece que los mundos de Horby y de Loriga sean muy distintos. Tampoco el mundo de Rodrigo Fresán, a quien tengo que nombrar porque nombré a Bolaño y porque nombré a Salinger y porque estoy hablando de Ray Loriga: tipos que no quieren hacer otra cosa más que comprender el tiempo en el que viven, escribiendo y escuchando canciones, esforzándose mientras por dejar de crecer —a propósito, Fresán escribió un libro inspirado en el autor de Peter Pan, un niño que, no en vano, eligió no ser un adulto…
¿A qué iba? Ah, sí, la película High Fidelity, una película de canciones y de gente que no crece: se nos dice ahí que somos la música que escuchamos, las películas que vemos, los libros que leemos, las chicas que nos dejan… Debo de haber imaginado alguna de las sentencias. Y bueno, es una literatura que estimula, como estimulan los Ramones… esa canción, «I Don’t Wanna Grow Up»…

When I’m lyin’ in my bed at night I don’t wanna grow up / Nothing ever seems to turn out right I don’t wanna grow up / How do you move in a world of fog that’s always changing things, makes wish that I could be a dog… / When I see the price that you pay I don’t wanna grow up / I don’t ever want to be that way I don’t wanna grow up / Seems that folks turn into things that they never want… The only thing to live for is today… / I’m gonna put a hole in my T.V. set I don’t wanna grow up / Open up the medicine chest I don’t wanna grow up / I don’t wanna have to shout it out I don’t want my hair to fall out / I don’t wanna be filled with doubt / I don’t wanna be a good boy scout / I don’t wanna have to learn to count / I don’t wanna have the biggest amount / I don’t wanna grow up…

Well when I see my parents fight I don’t wanna grow up / They all go out and drinkin’ all night I don’t wanna grow up / I’d rather stay here in my room, nothin’ out there but sad and gloom / I don’t wanna live in a big old tomb on grand street… / When I see the 5 o’clock news I don’t wanna grow up / Comb their hair and shine their shoes I don’t wanna grow up / Stay around in my old hometown I don’t wanna put no money down / I don’t wanna get a big old loan Work them fingers to the bone / I don’t wanna float on a broom / Fall in love, get married then boom / How the hell did it get here so soon I don’t wanna grow up…

…una canción que resume en unas cuantas líneas todo el mundo que se escribe y describe y canta en la novela Héroes, jóvenes aislados, con sólo canciones por alimento, que no quieren ser parte de eso, cualquier cosa sea eso… No por nada también la canta Tom Waits, otro que sabe de qué está uno hablando cuando habla de que es una vergüenza crecer…

Y ahora que lo pienso «Smells Like Teen Spirit» es, como la canción de los Ramones, como esos primeros libros de Loriga, otro estímulo de esos de los que siempre se dirá que no es bueno que duren toda la vida. Estímulos que un amigo que tarde o temprano va a convertirse en médico te reprochará… Pero no sé, no sé, no estoy seguro. Que reprochen tranquilos, quiero decir. Volverse viejo no es garantía de nada…

A lo que voy, entonces, o a lo que iba quiero decir y que de paso me ayuda eso de que volverse viejo no es garantía de nada: tarde o temprano uno se vuelve maduro, sensato, tiende al equilibrio, deja de usar remeras de rock, de tomar del pico de la botella y hasta puede que empiece a creerle a los curas… o se compre un auto y lo lave todos los domingos, o lo conduzca acariciándose la perilla… es decir, se vuelve un personaje a contramano de los que vivían en los libros que uno leyó (o escribió) en sus mejores momentos y en los discos que lo ayudaban a vivir. Es fácil volverse aburrido. Seguir escribiendo y ya no escribir en realidad. Nada más hay que dejarse estar, o correr sin querer las cortinas y que el mundo ansioso por conquistarnos entre de una vez por todas, reclamando el tiempo que nuestra joven obstinación se negaba a darle. Esa obstinación que nos convertía en héroes.

One Comment

Deja un comentario
  1. Viviana / Nov 27 2009 9:54 am

    Se me piantó un lagrimón leyendo esto…

Deja un comentario