Saltar al contenido
diciembre 27, 2008 / Roberto Giaccaglia

Fit Reborn

Music The Cure

4:13 Dream, The Cure, 52:28, 2008, Geffen.

Con el tiempo uno se da cuenta de que hay varios The Cure, aunque todos ellos puedan resumirse en una imagen de cierta oscuridad, soledad, añoranza. No sé si tenga que ver con la profundidad, o con clases de dolor, o quizá más que clases, con grados. Pero si fuera así se podría decir que ciertos discos de The Cure son más dolorosos y profundos que otros. Por ejemplo, un clásico de ambas cuestiones, profundidad y dolor, sería Pornography. No se puede esperar otra cosa de un disco que empieza con la frase No importa si todos morimos. Es la obra de un poeta entregado, que sabe que no hay redención posible, por más bellas que sean las creaciones que nazcan de su dolor, o por más profundas que resulten.

Pero antes de Pornography hubo discos que ya habían hecho mucho por cimentar la historia de banda agazapada en las sombras que tendría The Cure de ahí en más, cualidad esta, la de la oscuridad, que nunca usaron para sorprender, sino por temor a la luz. Seventeen Seconds fue uno de ellos, Faith fue otro. El primero es el disco de un hombre que busca a tientas, entre la bruma, sabiendo de ante mano que no va a encontrar nada. El otro es un disco compuesto y tocado por el mismo hombre, pero ya un poco más cansado. Por supuesto, todo ello debía generar forzosamente algo como Pornography, el disco que vendría, el disco de un hombre por fin desilusionado.

Quizá nada de todo esto hubiese pasado por la mente de quien viera nacer a The Cure en el lejano Crawley, West Sussex, en 1976. En ese entonces eran unos simples muchachos inspirados en el punk pero con pretensiones un poco más altas y quizá con emociones más reales. Sonaban como tenían que sonar, crudos y encantadores. Había cierta furia en ellos, es cierto, prueba de ello es el increíble solo de guitarra de «10.15 Saturday Night», tal vez una de las canciones que mejor retrataron jamás la angustia y la ansiedad al mismo tiempo, algo que, de jóvenes, siempre nos agarra a esa hora y en ese día, todo junto. Pero de esa furia no habla la palabra «crudeza» recién usada. Esta palabra habla más bien de simpleza, de canciones que todavía parecían ensayos, piezas incompletas a las que sin embargo alguien encontró el mérito suficiente para sacar al mercado. Yo lo habría hecho, por ejemplo, debe de haber pocos discos más frescos aún hoy que el primer disco de The Cure, pero el propio Robert Smith, según parece, nunca estuvo del todo conforme: la inexperiencia de la banda era tan notoria que fueron los ingenieros los que tomaron el control de su sonido. Creo que Smith entiende que el primer disco de la banda, Three Imaginary Boys, por esta y otras razones, la de ser supuestamente «superficial», por ejemplo, o «liviano», nunca los representó enteramente. Los chicos daban para más y así se lo haría saber al mundo el bueno de Robert un tiempo después.

Es que en cierta forma lo que hacían ya estaba hecho. Todos los que a fines de los 70 estaban dejando de ser punks y persistían en sus instrumentos se transformaban en algo parecido a lo que los pequeños The Cure estaban haciendo: post-punk y New Wave, movidas más que interesantes, pero también limitadas y que, repito, por aquellos años producían bandas a rolete. Y a veces mejores, como Wire, por caso. Si los The Cure querían prevalecer por encima de todos los demás debían ser otros The Cure. Por ejemplo, claro está, algo más profundo y doloroso.

A ser otros The Cure, entonces, empezaron pues de a poco, con el álbum ya citado, Seventeen Seconds, siguieron un poco más osados, aunque ya desesperados, con Faith, y terminaron con toda la carga de oscuridad que habían venido juntando, con Pornography. Ahí terminó el segundo The Cure, tal vez el The Cure definitivo, la banda cuyo siguiente paso lógico hubiese sido la explosión, o sea el suicidio de todos sus integrantes o bien la reclusión en algún sótano londinense. Pero no hay que ser tan drásticos. Esas pruebas de franqueza ya habían sido dadas por Syd Barrett, la reclusión, y por Ian Curtis, la muerte a secas, y por supuesto nada de ello generó algo bueno (aunque, si es que nos gusta el humor negro, podríamos decir que la muerte de Curtis generó por lo menos a New Order, gran banda si las hay). A propósito, es sabido que luego de la muerte de Ian Curtis Smith salió a decir que fue eso y no otra cosa lo que impidió que él hiciera lo mismo, es decir convertirse en un héroe inmediato y eterno, un verdadero poeta maldito, un cadáver bello para adorar por siempre. Pero a mí me late que la muerte de Ian Curtis no sólo impidió la muerte de Smith, sino que quizás haya «animado» los discos por venir, el trío de alturas inconmensurables: Seventeen Seconds (1980), Faith (1981) y Pornography (1982), discos que justifican unas cuantas cosas, al menos tres: seguir vivo, el inicio de una carrera y el final de la misma… cosa que no llegó, pero que estuvo cerca. (La pregunta que siempre se me ocurrió es decididamente inconsciente: ¿no sería ahora The Cure una de las mejores bandas de la historia de haber terminado allí?)

(Luego de la gira de promoción de Seventeen Seconds, Matthieu Hartley, tecladista que se había sumado meses atrás, dejó la banda alegando que la música cada vez más sombría y cada vez más suicida que estaba componiendo Smith no era para él. Algunos no juegan tanto con el peligro.)

El tercer The Cure nació cuando nadie lo esperaba, el grupo estaba disuelto, entregado, listo para engrosar la honorable lista de grupos que se incendian a sí mismos, y, encima, de la forma en que nadie quería, con el disco The Top, tal vez el peor de su carrera. Es un disco anodino, maquinal, una prueba de lo que quizá intentaran en un futuro cercano con más ganas, el volantazo hacia un camino que todavía estaba por hacerse: un dark tenue aplicado al pop, una psicodelia de cartón pintado aplicada a lo mismo, obsesiones de un Smith que, solitario y desamparado, porque sus amigos se habían ido, no tuvo más remedio que grabar casi todos los instrumentos él solito. El camino siguió con un par de discos absolutamente normales para la década que estaban transitando, es decir olvidables, parte del montón, de lo ya a esa altura esperable. The Cure se subió a la pista de baile y fue una banda más. Claro que esto no impidió que nos entregaran un par de canciones memorables, sobre todo las del disco The Head on the Door, porque la media compositiva de Robert Smith siguió siendo más alta que la mayoría de sus contemporáneos, por más comercial que se volviera su grupo y por hambre de charts que él tuviera.

Perseguir posiciones en el Billboard tiene cierto desgaste. The Cure se dio cuenta de lo que podía lograr si seguía en ese plan, nada, así que volvió a las fuentes (las fuentes oscuras y desoladas del segundo The Cure, no las crudas del primero) y nació un nuevo The Cure, oscuro como el segundo, pero con nuevos aires y una pericia en el manejo de los climas ya insuperable. Este nuevo The Cure nació con Disintegration, saludado por la crítica, alabado por los fans y un tanto despreciado por los escuchas ocasionales. Pero a esos no hay que darles pelota. El propio Smith dio un calificativo hermoso y muy justo para este disco, dijo que era un disco para escuchar solo. Ciertamente, lo mismo puede decirse de discos ya clásicos por entonces, Faith y Pornography.

La década del noventa no le sentó bien a The Cure. El The Cure que nació entonces fue parido por amantes desubicados, que después de procrear se pusieron a discutir tanto entre sí que la criatura perdió el rumbo enseguida. Wish (1992) y Wild Mood Swings (1996) son discos desparejos, sin ilusión, otra vez destinados a obtener una mayor frecuencia radial, canciones sin ganas, para salir del apuro, compuestas con destreza y poco creíbles. Volvía el The Cure de mediados de los ochenta, aunque un poco más hipócrita.

El The Cure del año 2000, tal vez una nueva era para The Cure, nos trajo, pegaditos, una banda que por un lado intentaba hacer honor a su pasado, Bloodflowers (2000), y a otra que por fin y de una vez por todas dejaba de preocuparse por sí misma, The Cure (2004). En ambos discos los logros son meritorios, pero es sobre todo en el segundo donde se lo nota suelto de cuerpo a Smith y libre de culpas y de cargas. Ya estaba todo hecho, así que a nadie le importaba que se volvieran alternativos, indies o como se llamara ese estilo de rejuntar melancolía con rock, bellas melodías y algún que otro guitarrazo. The Cure, el disco, es sobre todo una obra sana. Pero nada más.

Todo esto nos trae a una continuación quizá obligada: ya probados la crudeza, la oscuridad, la pista de baile, la sensibilidad, los charts, el post-punk después del grunge, no quedaba más que meter todo ello en la sala de ensayos y ver qué resultaba. El resultado es pues 4:13 Dream, una obra de belleza modesta y seguramente más un long seller que un best seller, o sea un disco que no será inmediatamente disfrutado pero sí largamente apreciado a medida que el tiempo vaya pasando. Algunas grandes obras son así. Y 4:13 Dream lo es.

De los discos que The Cure sacó después de los ochenta, este es el más ochentoso. De ello se desprende que en el disco hay bastante de lo mejor de The Cure y sólo algo de lo peor, aunque esto último se haga notar bastante. El hit, si este disco tiene efectivamente un hit, o sea la canción «The Only One», es una de las más absurdas que Smith haya compuesto en su carrera, pero en el disco también está «Switch», un tipo de canción a la que The Cure nos tenía desgraciadamente desacostumbrados, o sea algo que hacía mucho no veíamos en ellos: rabia, filo, mordiente, pasión —no tanto como en el bello solo de guitarra de «10.15 Saturday Night», claro, pero no es esta época de milagros.

Y luego hay todo lo que puede caber en el medio, que tratándose de The Cure suele ser bastante. Por ejemplo, la primera canción, «Underneath the Stars», un ejemplo de poesía retorcida, amores en vano y, sobre todo, una larga introducción, algo que todo fan acérrimo de la banda identifica enseguida como marca de fábrica, al menos de sus mejores canciones. Es la ansiedad llevada a la música, la espera constante del momento propicio, el sueño, el letargo, elementos claves para entender el universo desbocado de Smith.

Smith todavía se sigue pintando de blanco, tratando de explicar vaya uno a saber qué, porque apuesto a que sus canciones lo hacen mejor que cualquier maquillaje (antes, mucho antes, Smith lo explicaba con lágrimas: por la época de Faith, totalmente absorbido, terminaba los conciertos llorando). Por ejemplo, «Sleep When I’m Dead», otros de los singles del nuevo disco, una preciosa canción compuesta hace mucho, en 1985, para el disco The Head on the Door. El clima de la canción es bastante semejante a las mejores canciones de aquel álbum, un clima sugerente e impaciente, pero los años le han dado a Smith una nueva forma de encarar sus canciones, no meramente profesionalismo, es otra cosa, y apuesto que «Sleep When I’m Dead» no habría sonado tan bien entonces como ahora.

El otro single, «Freakshow», es un desacierto, como lo fue en su mayoría Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me, uno de los discos más injustamente exitosos de The Cure. «Freakshow» podría ser otro de los hits de aquel disco bailable y para nada oscuro, es decir identificable con The Cure, pero resulta ser que ni siquiera está a la altura de canciones mediocres y simpáticas como «Why Can’t I Be You?» y «Just Like Heaven». Es una sorpresa desagradable dentro de un marco general de buena disposición para las sorpresas gratas.

Y para referirnos a sorpresas gratas hay que hablar de dos canciones potentes, llenas de rabia y de emoción, que si guiaran de ahora en más el camino de The Cure creo que satisfarían a más de uno de quienes los dejaron de lado: «The Scream» y «It’s Over», dos de las composiciones más vitales, enérgicas y, sí, sorprendentes del universo cureano, que encima están ubicadas en el lugar ideal del disco, el final, como para que despertemos en otro mundo si es que nos dormimos allá por la mitad, con «The Perfect Boy», otro remedo ochentoso, y si la bella «Sleep When I’m Dead», ya citada, no alcanzó a despertarnos luego del sopor de «This. Here and Now. With You», un melodrama predecible y facilón, de esos compuestos medio en piloto automático.

Dicen que este iba a ser un disco doble, pero que Smith decidió dejar las canciones más oscuras para un próximo disco y poner en este las más movidas, para decirlo de una manera cursi, cosa a la que Smith, esto de cursi, siempre intentó escaparle pero no siempre con éxito (cruel ejemplo de ello es la ya citada «The Only One»). Si es así, si es realmente como lo dice este talento incandescente, si las canciones más oscuras quedaron para después, y ellas se parecen a las más oscuras de 4:13 Dream, como «The Scream», «It’s Over» y «Switch», ese disco será seguramente disco del año del año en que salga.

Hay que esperar por el próximo The Cure. Quizá esté listo pronto.

5 comentarios

Deja un comentario
  1. El Gemelo Malvado / Dic 30 2008 3:18 pm

    Tendré que escuchar el disco. Mientras, sólo pasé para saludarlo por el casi-2010.
    Un gusto encontrarte vía web.
    Saludos,
    D

  2. robertogiaccaglia / Dic 30 2008 4:15 pm

    Un abrazo Gemelo, gracias che, lo mismo digo.

  3. Jacko / Dic 30 2008 7:56 pm

    Ah The Cure…maravillas de sacar el solo de 10 15…y no entender nada pero te gustaba…y pensar como carajo se hacia para tener el pelo asi…en una é`poca todo el mundo queria ser Robert Smith…aunque no lo creas…los sobretodos y eso…despues los abandoné y por cierto que tienen un par de discos que asustan…(algunos por meter miedo nomás y otros por lo aburrido)…Lullaby lo pasaban en el boliche, con telarañas, tamborcitod de Tacuari y demás…ahora este ultimo disco no lo escuche…tendría que hacerlo…Bloodflowers me vuela el cerebro…el último día del verano…y demas…que se yo…es mi banda preferida entre las no preferidas…
    Ah por cierto Friday i´m in love es uno de los temas que más me levanta el ánimo…y Just like heaven me parte…asi que ..bueh…en algo disentimos…

    Abrazo y feliz 2009

    Santiago

  4. robertogiaccaglia / Dic 30 2008 11:03 pm

    ¿Vos también intentabas sacar el solo de “10.15 Saturday Night”? ¿Pudiste? Parecía tan simple… La magia de esa canción reside en parte en ese solo tocado con furia y al mismo tiempo con displicencia, como si fuera la última vez que se va a tocar un solo. Apuesto a que no es tan difícil como el de Fade to Black, ¿no? Pero andá alguna vez a componer algo así…

    Un abrazo amigo, feliz año.

  5. yo / Mar 12 2013 4:26 pm

    Que burrada de articulo!,no hay por donde cogerlo.
    The head on the door es una de las cimas de la carrera de The Cure,por cierto,disco redondo donde los haya.El album mas importante ya que les dio el exito y fue el inicio de su mejor epoca. Era que continuo con el Kiss me (su Melloncolie particular) y con temas oscuros como the kiss,torture,the snakepit .Y siguio con Wish,el mas vendido,el que mas clasicos tiene y su mejor momento de madurez musical tras Disintegration. Lo de Just like heaven ya ni comentario merece,y Robert Smith jamas se ha pintado la cara de blanco.

Deja un comentario