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abril 1, 2012 / Roberto Giaccaglia

Voy a ser sincero con usted

Acabo de ver Moneyball. Excelente. Excelente también Brad Pitt, un actorazo, se le notan las marcas de la edad en la cara y se le notan las marcas de la experiencia en todo lo demás, el dominio de la escena, los movimientos, la voz, aunque paradójicamente no deje de ser él mismo todo el tiempo. Recuerda, por ejemplo, porque su personaje lo reclama -el del tipo que se tiene demasiada confianza, el “ganador” nato aunque lleve las de perder- al de The Fight Club, una película a todas luces más modesta -mala, quiero decir-, con el peor actor de su generación, es decir Edwar Norton, que arruina todo lo que toca. Brad Pitt está muy bien incluso en ese bodrio kilómetrico que es The Tree of Life, la última presunción de poesía de Terrence Malick, un director que vaya a saber por qué años atrás me gustaba mucho. Bueno, “mucho”. En realidad lo que me gustaba de él era The Thin Red Line, una obra que entonces yo podía calificar de “exquisita”. Se ve que mis gustos han cambiado. Ahora pienso que en realidad “exquisita” es una marca de tortas, o de polvo para tortas, o sea algo falso, ficticio. ¿No será así The Thin Red Line también? No lo sé, pero sí sé que es una falsedad de cabo a rabo The Tree of Life. Me cago en los premios que recibió y las veces que haya aparecido en las listas de las “mejores del año”.
La fui a alquilar ayer, en el video club del barrio, el único donde se consiguen películas originales. No es que esté en contra de la piratería, de hecho bajo lo que puedo, todo el tiempo, como cualquier hijo de vecino, pero sí estoy en contra de pagar por baratijas o por cosas que puedo conseguir yo mismo. Si pago, que sea de calidad. Así que si alquilo, lo hago en el video club del barrio, una rareza en toda la ciudad y apuesto que no en menor medida a nivel nacional, porque todo, pero todo, lo que trae es original. Pero Moneyball estaba alquilada, así que tuve que bajarla.
Me traje, en cambio, una nacional que no conocía. Parece que está ambientada en Córdoba -¿será de un director cordobés?, me pregunto… Pero esto voy a averiguarlo después de verla, para no recibir información de más-, y que actúa La Mona. Me pareció simpática. Estuve tentado a buscar reseñas de ella, pero me estoy aguantando. No la vi todavía porque la visión de Moneyball se me antojaba más perentoria, le tenía ganas como quien dice.
Ni siquiera había buscado reseñas de Moneyball. No me importan. Sabía que era sobre beisbol o que por ahí andaba la cosa, basada en una historia real sobre un hombre no muy conocido para el gran público y a mí me encantan las películas sobre deportes y más todavía las inspiradas en héroes mínimos, pequeños, que no han resaltado demasiado más allá de las dos o tres vidas que quizá hayan cambiado para siempre. Pero parece que el hombre en cuya vida se inspira Moneyball cambió más que eso, dos o tres vidas, sino la forma en que se ve hoy por hoy el manejo de los equipos de beisbol. Apuesto que la “filosofía” de este hombre puede aplicarse a cualquier otro juego. Pero no tengo ganas -al menos ahora- de entrar en detalles. Y apuesto también que el libro que cuenta la biografía y la experiencia de este hombre interpretado por Brad Pitt puede leerse a sí mismo como un libro de autoayuda. No sólo de esos que hablan de superación, de levantarse del suelo una vez derrotados, de sacudirse el polvo de la vergüenza, de aprender de los errores, etc., para dar consejos que sólo le han funcionado al tipo del libro, sino de los que versan sobre el manejo de la economía personal, de las inversiones, qué hacer con el dinero para usarlo mejor, etc. Estoy atento a estas cosas ahora que me he interesado por esta clase de libros, a los cuales, sigo confesando, me cuesta mucho acercarme. El de Vadim sigue descansando.
Tal vez ahora empiece a interesarme por el beisbol. Una gran película es capaz de cualquier cosa. Además, quizá por no haberlo entendido nunca, porque mantiene para mí un halo místico, como el del ajedrez bien jugado, las piezas se mueven y yo no sé dónde, ni por qué, ni para qué, y porque me extraña sobre manera que personas en estado físico peor que el mío lo jueguen y encima los aplaudan, y quizá también porque me gustan las gorras que usan, y esa costumbre de que todos mascan tabaco y escupen en el piso y se hacen señas como en el truco, por todo esto, me digo, y por cosas de las que ahora no recuerdo más, me empiece a interesar por este deporte y buscar la manera de ver partidos en directo.
Ayer me perdí la pelea de King Arthut, pero me importa poco, porque es un boxeador aburrido, con un estilo pobre, chato, sin lujos. Casi como ver pelear a una ostra. También me perdí la de Kelly Pavlik, quien volvió después de una temporada en el infierno. Ahora está todo tatuado y al parecer sobrio. Siempre fue un poco bestia. No es mis preferidos, pero hay que decir que cuando está encendido es contundente. La derrota frente a Maravilla Martínez le bajó los humos, y si no fue este combate el que lo hundió en el alcohol y casi en un retiro prematuro no sé qué pudo haber sido. Suele sucederles a los boxeadores vistos como imbatibles y celebrados por todo el mundo que al caer derrotados en forma magistral -e inesperada- la sorpresa los ponga de rodillas no ya en el cuadrilátero, sino ante la vida misma. Me pregunto por qué. ¿Qué será aquello que no pueden manejar y que aparece frente a sus ojos con la fuerza de una trompada sólo después de perder? Hay en ello alguna clase de fantasma con la que espero no toparme nunca.