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abril 11, 2012 / Roberto Giaccaglia

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Día muy interesante en la librería ayer, la primera vez que mi mujer manda alguien a la mierda. Yo no estuve en el momento histórico, pero más o menos me lo relataron. Resulta que ella, mi mujer, estaba acodada detrás del mostrador, leyendo la última fantasía de Pilar Sordo, muy entretenida, como cualquier librera saciando su sed de novedades, para recomendar a los clientes, y no va que escucha una voz muy amable que le dice: “¿Se puede leer?”. Mi mujer reacciona pues de la forma en que conviene hacerlo cuando la pregunta es sorpresiva: “¿Eh?”, ya sea para acomodar los tantos en la cabeza o para darle tiempo al otro que se explique mejor. Ve entonces, al dejar el libro de Pilar Sordo sobre el mostrador, que quien ha hecho la primera pregunta es una mujer, absolutamente desconocida. Me la describieron como de 35 años, bajita, despeinada, con el cabello ralo, llevando una caja bajo el brazo. Dicha persona vuelve a hacer su pregunta, todo sin salir del vano de la puerta, siguiendo sin saludar y otra vez empleando una voz amable: “¿Se puede leer?”. A lo que mi mujer responde, hábilmente diría yo, sagazmente también: “Es librería, no biblioteca”. Tomá mate. Ni a mí me hubiera salido mejor. Dice haberse figurado a esta mujer sentadita todas las tardes al fondo de nuestra librería con un libro entre las manos, su caja en el piso, leyendo apaciblemente… y gratis. Horrorosa visión, difícil de soportar. Por lo que su reacción creo yo fue un ejemplo. La voy a repetir: “Es librería, no biblioteca”. ¡Grandiosa! Entonces la mujer de la puerta, ya abandonando toda amabilidad, le dice algo como: “En todas las librerías se puede leer”, para dar luego media vuelta, bajor el escalón que nos separa de la vereda y emprender la salida. Mientras lo hacía, se oyó una voz salir desde detrás del mostrador: “Pero andate a la mierda”. ¡Genial!