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noviembre 28, 2007 / Roberto Giaccaglia

Efectivamente, no a los papelones

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El gran simulador / No a los papelones, Eduardo Montes-Bradley, 75:00, Argentina-Estados Unidos, 2006.

Es una lástima que se nos prive a los argentinos de la película de Montes-Bradley El gran simulador / No a los papelones. Nadie sabe bien de qué habla, lo intuyen, más bien, o creen adivinarlo, pero al parecer eso basta para que la película no se estrene.
La película es una especie de documental sobre las protestas de los asambleístas de Gualeguaychú en contra de las dichosas papeleras. Digo «especie» porque Montes-Bradley no deja que las imágenes hablen por sí solas, sino que las interpela con sus comentarios, constantemente, coartando, si cabe, la libertad de la realidad de hablar por sí misma. Digamos más bien que es una película ensayo, que recorta la realidad y la usa en su provecho, para que el autor pueda expresar lo que quiere y demostrar su tesis sin mayores argumentos —no los necesita, no es el caso, es un ensayo, no un tratado científico.
Lo que alcancé a escuchar gracias a los avances, y lo que alcancé a leer, porque Montes-Bradley está publicando en un blog (La lectora provisoria) su película en forma de texto, los comentarios del director son todo menos simpáticos, aunque sí pretenden ejercer la simpatía, en una de sus formas más difíciles, la ironía. La verdad, no le sale. Por lo que pude ver de la película y leer hasta ahora, porque, insisto, desgraciadamente nadie se ocupa de que el film se pueda ver, me parece que no le sale.
Me imagino que el hecho de que no podamos ver El gran simulador es por culpa de los exhibidores, que no arriesgan la salud de sus salas comerciales ante el seguro desenfreno de los espectadores. Al menos es lo que se piensa, que va a pasar algo similar a lo que ocurrió cuando en los ochenta se proyectó Yo te saludo, María, de Godard, y un montón de enardecidos fieles de la virgen quisieron quemar el cine hereje que se había animado a la proyección.
Uno no sabe de qué son capaces los asambleístas de Gualeguaychú, o sus partidarios repartidos a lo largo y ancho del país, todos, qué duda cabe, acicateados por la parsimonia del gobierno argentino, que en el tema no sabe todavía cómo actuar. Pero Montes-Bradley tiene una idea acerca de cómo pueden actuar. En un blog, Diario de un cineasta, se publicó una carta del director: Mi nombre es Eduardo Montes-Bradley. Soy el realizador del documental El gran simulador que trata sobre el conflicto entre Argentina y Uruguay por la instalación de dos plantas de celulosa, una española, la otra finlandesa. Mi película tiene un punto de vista distinto al de la mayoría de los argentinos. El tono desafiante con el que fue concebido asusta a los distribuidores que hoy prefieren no estrenarla por temor a las represalias del gobierno y de los sectores más fundamentalistas que se oponen a la instalación de las plantas. Hemos recibido amenazas concretas advirtiéndonos sobre las consecuencias de un estreno. Creemos firmemente en las posibilidades que tiene El gran simulador y quisiéramos tener la posibilidad de que otros públicos, más allá del argentino que posiblemente nunca la vea, puedan acceder a ese otro punto de vista. Este otro «punto de vista» es importante, no cabe la menor duda. Todos nos merecemos conocer otra mirada acerca de las protestas de los ecologistas argentinos. Si es que es posible opinar sobre este tema, claro, porque la conducta bien pensante de casi la totalidad de la prensa argentina no parece permitirlo. Son tiempos difíciles para el pensamiento. ¿Tiempos patriotas, quizá? Me gustaría encontrar otra palabra para definir el tiempo en el que vivimos, pero no la encuentro. Los tiempos patriotas, me parece, hacen estragos. Ojo con los tiempos patriotas.
Lo que está disponible son los trailers de la película. A veces como muestra basta un botón, es cierto, pero igual nadie puede conformarse con eso.
Al parecer, y siempre a partir de los textos que Montes-Bradley viene publicando, y de los trailers mencionados (se encuentran en You Tube), los asambleístas argentinos, conforme a la visión del director, son fascistas, xenófobos, ignorantes, por decir lo menos que se le ocurre decir. Y bueno, es su opinión. Lo que molesta un poco es el estilo en el que elige decirlo, o su carencia de tal cosa. Está bien, hay algunos que piensan que ciertas opiniones merecen contundencia también en la forma, que no se pueden lanzar ciertos cuestionamientos de otra manera que no sea gritando desaforadamente, despectivamente, despreciando al contrario. Así, en la película de Montes-Bradley nos encontramos al director diciendo lindezas como «Gualeguaychú es una bosta», o ironías contra la calidad turística de Fray Bentos, o apreciaciones acerca de varios temas, por ejemplo, la supuesta dejadez de los provincianos: “La hora del almuerzo y la siesta son sagradas para la gente del interior y así les va”. Nada demasiado delicado. Montes-Bradley no lo es, no lo pretende, o no sabe, o no le sale. Si los trailers son una porción destacada de la película que pretenden promocionar, hay que decir que la película no parece muy auspiciosa formalmente hablando.
Pero me olvidaba de que se trata de una tesis. ¿De doctorado, de licenciatura, de secundario? Por el lenguaje, la capacidad de reflexión, los datos aportados y la forma elegida, parece de secundario. De un alumno que no se va a sacar una buena nota al final. Un momento reflexivo del film, señala: «Un promedio de 10.000 argentinos mueren al año en accidentes de tránsito. La cifra es superior a las víctimas civiles en la guerra de Irak. ¿Por qué preocuparse de que los uruguayos nos quieran matar si nosotros estamos haciendo un buen laburo?». O sea, para utilizar la prosa de Montes-Bradley, el autor nos presenta un argumento que desautorizaría la protesta, pero el argumento no tiene un carajo que ver con una protesta ecológica. Pero me estoy equivocando, en realidad lo de los accidentes de tráfico no es un argumento, es una broma. Lástima que el autor carezca de gracia, aunque esté convencido de que le sobra. Cuando se ve al Secretario de Cultura de Gualeguaychú fumando, dice que «Antes de que nos destruya la lluvia ácida, nos va a liquidar el pucho». Puede ser, pero el cáncer de pulmón que nos dará la nicotina poco y nada tiene que ver con los desechos vertidos a un río o al aire desde la chimenea de una fábrica. Pero, repito, no son más que bromas. Algo así como un recreo entre tanto insulto y fantochada.
Y lo peor de todo es que es probable que Montes-Bradley algo de razón tenga. Es duro compartir una opinión al menos en parte con un tipo que no nos gusta.
Iba a titular a este artículo El gran pelotudo, pero no lo hice por dos cosas, primero porque es un juego de palabras aún más fácil que el que terminé usando como título, y segundo, y principal, porque de haberlo hecho habría pecado de lo mismo que critico, la falta de decencia para criticar algo que no la tiene.
Esta clase de error ya la cometí una vez, cuando enojadísimo por la forma en que un crítico de la revista El Amante se había expresado sobre una película le mandé un carta irónica, pedante, insultante y desvergonzada, tratando de remedar el estilo que el crítico había usado para reseñar el film. Después me arrepentí, y mandé una nueva carta, explicando de otra manera mi enojo, una manera más coherente y digna. El crítico en cuestión era Porta Fouz y la película Todo o nada. La película es una porquería, en eso estábamos de acuerdo Porta Fouz y yo, pero la forma en la que había hablado de ella Porta Fouz era una porquería también, así que se lo hice saber con una opinión escrita que fue a su vez otra bajeza. Aprendí una lección, nunca escribir con demasiado enojo, dejar pasar un tiempo, no cometer los errores que al otro se le achacan. La indignación no se va, pero los ánimos se calman y se puede escribir entonces de manera más despojada y clara.
Ya hace tiempo que vi los avances de la película de Montes-Bradley, y espero que la indignación que todavía tengo no se trasluzca en un lenguaje pobre, o en falta de decoro, o en argumentos vacuos, o en una gracia pretendida e inexistente, o en insultos gratuitos, brabuconadas, soberbia, pedantería, todas cosas con las que la película de Montes-Bradley, por lo que vi, por lo que alcancé a leer de los textos del propio director, cuenta a montones.
También se le puede echar la culpa no a la desinteligencia de Montes-Bradley, sino a su sentido de la oportunidad. En realidad, El gran simulador se iba a tratar de otra cosa. Montes-Bradley, cuando cambió de idea, habrá tenido que improvisar, hacer las cosas rápido. Pero el free jazz es para unos pocos. Hay que tener cierta clase.
El gran simulador iba a ser un documental, o una «especie» de tal cosa, sobre Nahuel Maciel, un tipo que convenció a un diario que era cacique mapuche y además de eso periodista. Publicó entrevistas a personalidades de la cultura, por ejemplo, García Márquez, y llegó a publicar un libro. Pero las entrevistas eran tan falsas como los títulos que Maciel se había adjudicado. Sobre ese personaje, Montes-Bradley iba a filmar un documental. La idea era fantástica. Pero la arruinó el hecho de que en Entre Ríos, donde vive Maciel ahora, la causa ambientalista había ganado las calles. Esta es la mía, habrá dicho Montes-Bradley, con su equipo de producción ya preparado, sus cámaras ya listas y el presupuesto ya embolsado que le cedió el INCAA para su película sobre un hombre que los había engañado a todos. El que los engañó a todos fue Montes-Bradley.
Y bueno, con un un tipo así, mentiroso, le iba a salir apenas un filme de color. Pero burlándose de la situación entre Argentina y Uruguay, despotricando contra el supuesto ser nacional argentino, haciéndose el rebelde, insertando bromas pesadas, ironías e insultos hacia los asambleístas, y tomándole el pelo a los pobladores, algo de ruido iba a hacer. Y lo hizo. Le salió por lo que alcancé a ver una porquería, pero algo de ruido hizo, o está haciendo.
Pero hay que decir algo, con lo que me desdigo un poco de mi apreciación del principio, sobre el intento de Montes-Bradley, acerca de que esta es una película ensayo.
No parece que a Montes-Bradley le importen tres pitos las protestas o la xenofobia de los argentinos. Lo que le importa es su nombre.
Si le importara transmitir un pensamiento, sus ideas acerca de la xenofobia argentina, o el desatino de los habitantes de Gualeguaychú, o lo suyo fuera un intento por aclarar cuestiones alrededor de la idiosincracia nacional, ya que cuenta al parecer con un ejemplo que vendría a demostrar su tesis, lo habría hecho de otra manera. No habría apelado a la banalidad, a la tontería, a la descalificación inmediata, a la boludez. Epa, me zarpé. Es que esa imagen de Montes-Bradley con lentes negros y tono desafiante, a media luz, que aparece en uno de los trailers, haciéndose el perseguido, lamentándose a lo macho, con un fondo que remeda los videos de revolucionarios del pasado, no es más que una boludez. Si ciertas cosas sólo pueden decirse de una manera, hay que decir entonces que la forma en que tiene de presentar su película es una boludez. Lo que aparece en pantalla no es más que la imagen patética de un león desdentado, que ruge desde el interior de una cueva donde por lástima, y no por miedo, nadie se mete.
Pero, a lo que voy, a Montes-Bradley las protestas, las papeleras, la idiosincracia argentina, cosa que todavía nadie pudo demostrar que existiera, le importan tres pitos. Lo suyo es un panfleto sin aspiraciones. Olvidémonos del contenido, estoy hablando de la forma: no importa por lo que abogue Montes-Bradley, no importa cuánta razón tenga, lo suyo es burdo, endeble, su mirada crítica es insostenible porque su espíritu carece de altura, es inapreciable, sin recursos de ningún tipo, a no ser el patoterismo, la brabuconada, el hacerse el vivo frente a gente que no lo merece. Si a Montes-Bradley le interesaran las ideas, se sentaría a discutirlas, no imprimiría frases supuestamente graciosas sobre las que considera contrarias a su parecer, no opacaría el discurso contrario con palabras despectivas. Por eso digo que todo el asunto en realidad le resbala a Montes-Bradley. El tipo encontró una oportunidad para provocar y trató de aprovecharla. Paradójicamente, quizá, con toda la razón del mundo, porque es muy probable que los ecologistas de Gualeguaychú no tengan nada que hacer frente a las papeleras, pero a la par que con razón, con nada de inteligencia.
Es más, si Montes-Bradley hubiera hecho un film decente, inteligente, manteniendo sus ideas, incluso profundizándolas, es probable que hoy se pudiera ver y todos lo estuviéramos debatiendo, que tendría que ser su interés principal. Pero al cerrar la oportunidad de debate con su machismo inoperante, salta a la vista que es lo que menos le interesa. Quiere provocar. Y es lo único que consigue.
En un debate como la gente, cuando el discurso es de calidad y el opositor inteligente, digno de confrontación, se genera entonces un incentivo para la creación, a su vez, de un nuevo discurso de calidad, con lo cual es la inteligencia la que resulta beneficiada.
Montes-Bradley, en cambio, hizo todo lo contrario. Produjo bajeza, que a su vez no puede alentar más que bajeza, no de otra manera se le va salir a responder. A sus insultos, a su falta de respeto, a su socarronería pedante, a sus generalizaciones absurdas, no se le puede oponer más que lo mismo. Lo que Montes-Bradley ayuda a confrontar no son ideas, es estupidez. Y a él parece venirle bien.
Incluso el hecho de que su película no se exhiba le conviene. En parte, porque lo más probable es que su falta de ideas se caiga a pedazos ante la mínima crítica responsable. Y en parte porque la cobardía de los exhibidores de no estrenarla ayuda a que no quede tan pavota esa imagen de rebelde a destiempo que tiene en uno de los trailers.

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