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junio 24, 2008 / Roberto Giaccaglia

Cómo desapare(ser) completamente

Y Pasavento ya no estaba, Enrique Vila-Matas, 160 págs., 2008, Mansalva, Buenos Aires.

Este librito de Vila-Matas es apenas un regalo módico de su talento, pero alcanza. No lo creo injustificable, como el propio autor aclara desde el prólogo. Si este libro es eso que su autor dice que es, algo injustificable, deberemos buscar en todo artefacto sin sentido la presencia del arte puro, el único que acaso importe. Hay otra clase de arte dando vueltas por ahí, por supuesto, un arte que intenta manifestarse de una manera más ruidosa, con estruendos de todo tipo, un arte que se hace notar a los gritos, que pide atención. Un arte que declama, que se la pasa emitiendo señales de humo. A veces aparece revestido con el ropaje de lo útil, de lo necesario, de lo relevante, un arte gritón y pretencioso. La agitación que necesita esta clase de arte, tanto para hacerlo como para inmiscuirse en él, como público, como defensor, está muy lejos del silencio en el que se sumen artistas como Vila-Matas. Alguien me señaló por estos días a Sergio Chejfec como un autor de esta clase, alguien que elige borrarse sin borrarse en realidad: o sea, un escritor presente sólo en lo que de verdad importa: las palabras vertidas en sus libros. No existe un compromiso más grande para un autor. Es en cierta forma el ahorro en pos de de la lucidez. Lo que suele decirse de estos libros es que son libros escritos con la mira puesta en un solo lector: el propio escritor.
Pero creo que de anular esta acusación se encarga ya Alan Pauls en la contratapa, así que no sé si debería adentrarme en este terreno. Justificar algo que no necesita vindicación alguna es, por otro lado, una tarea demasiado ruidosa, ajena al tipo de arte que se intenta defender.

En literatura, como en otras cuestiones, por caso en las cuestiones políticas y en las económicas, como hemos visto en los últimos meses en Argentina, estamos demasiado acostumbrados a la arenga, a diversas formas de provocar el choque, la repulsión, la batalla distractiva que nos aleja de lo importante. Vila-Matas es justamente la contraparte de toda efusividad pedestre y lamentable, material que por lo general se usa en esa clase de batallas, dentro de las letras o de lo que sea. Las carpas instaladas frente a un Congreso para que los que dentro deben deliberar se sientan presionados son también batallas distractivas. Que un grupo de intelectuales lance varias proclamas en contra de una supuesta nueva derecha también lo es, formas de distracción, maneras de no hacer nada mientras se pretende mostrar otra cosa. Estoy simplemente dando ejemplos cercanos, en tiempo y geografía a quien esto escribe. No sé qué cuestiones pueden distraer ahora mismo a Vila-Matas, pero si tales peligros fueran cercanos a él, estoy seguro que Vila-Matas pelearía su propia batalla: frente a la hoja en blanco. Es que pese a la molesta realidad, y pese a los molestos personajes que por ella circundan y atronan, los escritores como Vila-Matas eligen escribir, simplemente escribir. Por no participar de las contiendas de la realidad, en las batallas inmediatas y estériles, a esta clase de escritores se los tilda de solipsistas, de frívolos y de cosas por el estilo, sin que se repare ni una sola vez en lo que estos frívolos solipsistas son capaces de hacer con una pluma en la mano: libros enormes que expanden la visión del lector, que lo cambian por entero, que significan realmente algo.

Calladamente.

Vila-Matas es un escritor callado, como supongo que son los escritores que le gustan: no en vano es un especialista en retratar esas almas que un buen día hacen silencio porque saben que ya han dicho todo, o porque en realidad no hay nada que decir: «Nombrar no, nada es nombrable, decir no, nada es decible, entonces qué, no sé, no tenía que haber comenzado». Esconderse, pasar desapercibido, tener la sutilidad de ese monje cuyas pisadas no dejaban huellas en el papel de arroz. Ser un pequeño saltamontes y en el salto abarcarlo todo, casi sin querer, casi sin ser notado.

El que se la pasa esperando a Godot sabe que esto de callarse es imposible, porque por más que no se digan las frases resuenan en la cabeza, ocupan los vacíos y desalojan los lugares ocupados para llenarlos ellas mismas, impiden el sueño, no dejan sitio para el descanso. Queda escribir, claro. Intentar vaciarse, quedar como una carabina recién disparada, como dijo alguien. Pero es una trampa, porque la escritura no produce más que escritura, las palabras engendran palabras. La escritura es a veces eso, una enfermedad. Las palabras son virus de fácil reproducción. Nótese que es algo opuesto a la catarsis, algo para lo cual la escritura también sirve. Vila-Matas, simplemente, siente necesidad de escribir por la escritura en sí, no queda como carabina recién disparada, él no se vacía nunca, no es un escritor catártico. Su única pena es que le falte tiempo para seguir escribiendo. Y lo hace sin gritarle nada a nadie. El que quiera leer, que lea, pero que no espere más que encontrar al propio escritor, no a la realidad o algo remotamente parecido.

Tal vez el ataque de solipsista que puede sufrir Vila-Matas venga por su manía de adentrarse más que nada en el mundo de la escritura, o el llamado “mundo del escritor”, como si no existiera otro. Puede que sólo preste atención a ese mundo, es cierto, pero es que dentro de ese mundo están todos los demás, y no porque el mundo del escritor sea más abarcativo que el de un plomero o un cirujano, sino porque el escritor de cuyo mundo estamos hablando es Vila-Matas, hoy por hoy el más imprescindible de los escritores en lengua castellana. Hace unos años esa tarea caía en la responsabilidad de Roberto Bolaño, pero el chileno tuvo la mala idea de morirse. Bolaño también se adentraba más que nada en el mundo del escritor. Estos tipos escriben de lo que saben, se mueven quizá dentro de un lugar acotado, pero por suerte ese lugar que conocen tan bien resulta más que suficiente, un mundo que dicho sea de paso ellos mismos están construyendo todo el tiempo, un mundo que se arma y desarma a su antojo, con novelas y relatos y ensayos, como en este caso, que nacen de una mirada paradójicamente global.

Y Pasavento ya no estaba es un libro de ensayos, pequeños, enormes, pero leer un ensayo de Vila-Matas es poco distinguible de su ficción, o al revés. Todo lo que hace, ficción, ensayo, son cortes parejos y prolijos de vidas y paisajes que le sirven para un muestreo donde todo puede ocurrir, donde todo se resume. Vila-Matas entiende que la literatura es la vida misma, por eso tanta dedicación en la mirada, tanto empeño en contar lo justo y necesario, en no atosigar, por más que su escritura se desarrolle infinitamente. Hay mucho para contar y sin embargo a uno puede parecerle que estuviera siempre refiriéndonos la misma cosa, pero no, hay que mirar bien: cada cosa que cuenta Vila-Matas se hace distinguible, única. Tal vez para que lo de afuera empiece por fin a respirar. A ser, a estar. La literatura de Vila-Matas, pues, es productora de vida, de realidad, de verdades que empiezan a ser después de puestas por escrito.

En Y Pasavento ya no estaba se nos habla de escritores, de libros, de cosas varias alrededor de escritores y alrededor de libros, pero como en toda buena novela, o en todo buen cuento, hay atrapado allí (respirando) bastante más de lo que se habla a simple vista. Vila-Matas ha encontrado una forma oculta de hacer literatura de ficción, la misma que en su momento quizá haya pasado por la cabeza de WG Sebald, el antinovelista, el escritor que con la excusa de contarnos su parecer acerca de alguna persona o hecho de la historia componía en base a sus sensaciones narraciones maravillosas, que terminaban alumbrando como lo hace un buen cuento o una buena novela, con una luz nacida del mero talento. Lo que se cuenta a veces carece de importancia. Son después de todo intervenciones fragmentarias, excusas, pequeñas elevaciones del terreno detrás de las cuales esconderse, esperar, ir armando otro camino, uno que evada lo ya dicho, digresiones.
Artificios, en suma.
Artificios injustificables.
De esos que nos hacen cada vez más falta.

Fotografía de Jean-Luc Bertini

One Comment

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  1. mirtha lucía / Abr 16 2010 8:28 pm

    He releído este comentario y cada vez tengo más ganas de leer a Vila Matas!

    Quedé enganchada con la palabra «artificio», el uso de la repetición y la aserción final
    (por esas cosas de asociaciones,tal vez no del todo justificables). En un libro de
    ensayos de Nicolás Rosa, profesor universitario y crítico, que se llama «Artefacto», él rescata algunas escrituras en lo que éstas tienen de «puro artefacto, pura evacuación de la existencia, … verdadero postulado de inexistencia» y en el que asevera «los escribas contemporáneos, esa especie furtiva, son quizá el oscuro vestigio de una pasión extinguida».

    Fin para el divague.

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