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junio 28, 2010 / Roberto Giaccaglia

En qué se están yendo los días (4)

El viernes por la noche habíamos tenido una pequeña discusión: ¿cómo íbamos a viajar el domingo por la siesta, en horas del partido? ¡Nos lo íbamos a perder! Pero bien mirado era el mejor momento para viajar: en la ruta no iba haber un alma, ¿qué más tranquilo que una ruta vacía? Así que emprendimos el viaje, con la idea de retornar por una ruta vacía el domingo a la siesta. No es un hecho menor viajar con el sol de frente por una ruta que a esa hora siempre está atestada de autos, camiones, nervios y cansancio. Todo el mundo parece siempre apurado, nunca sabré adónde van, pero se apuran, corren, se desesperan, y uno en medio de todo eso no puede ser menos, y se transforma si no en lo mismo en algo bastante parecido.
Además, íbamos a tener la radio con nosotros. Nada de ir escuchando música. Ill’ Communication, de los Beastie Boys, que era a lo que veníamos dándole y dándole, tendría que descansar por un par de horas, las necesarias para que Cadena 3 nos contara cómo le estaba yendo a la Argentina con México. El relator de Cadena 3 no es malo, aunque sí demasiado fanático, decía cosas como “seguí cobrando para nosotros referí” y cosas por el estilo, o “mientras te equivoques a favor nuestro está todo bien”, o, el peor de todos, “ganamos, que es lo que importa”. Me parece que todos quieren ser el relator del pueblo. Los comentaristas fueron más medidos y cautos, menos pasionales quizá, opinaban sin fervor, como a uno le gustaría que sucediera siempre.
Un partido de fútbol no puede significar gran cosa, nunca. Y cada vez que nos lo hacen creer se me vienen a la cabeza esas palabras que dijo alguien una vez: se puede estimar el grado de inteligencia de una sociedad estudiando sus maneras de ser feliz. Pero en realidad aquí le estoy errando, porque no debería pensar en el Mundial como una forma de la felicidad, sino como una forma de la desesperación. El miedo a perder no sólo llena la cancha de hombres asustados de mandarse macanas (o técnicos al borde del estallido neuronal, como Bielsa) y dejar a su país sin una ilusión, sino también tribunas nerviosas y público metido en sus casas dándole tanta importancia a lo que están viendo que se olvidan de que es un juego. No hay forma de divertirse sanamente con una barbaridad así. Para ponerme nervioso, prefiero el turf. Por lo menos si gana nuestro caballo podemos seguir apostando.
Y al fin se dio nomás como pensamos, en la ruta no había nadie, pero nadie. Parecía el comienzo de la película 28 Days Later, el tipo sale del hospital y Londres está vacía, nadie en ningún lado, las calles sin coches, las veredas sin gente. Se puede pensar que todos estaban encerrados, como zombies, o muertos en vida, con idéntica expresión, pero sería una imagen muy fácil, y aprovecharse de más del tema de la película, tergiversarlo un poco. Hasta hay una publicidad que juega con lo mismo, los hombres transformados en zombies culpa del Mundial. Pero es un poco eso, después de todo: ahora que el entremés México ya está listo queremos comer bife de alemanes, y si es crudo mejor, a lo bestia.
Volviendo a lo anterior, a las formas de la felicidad de un pueblo, no sé bien qué pensar. Los centros de las principales ciudades del país se colmaron de argentinismo, y todos parecían chochos de la vida. No sé si importa que muchos aprovecharon para después dar rienda suelta a su necesidad de romper cosas. En nuestra cuadra no quedó un basurero sano, un par de señales de tránsito también sufrieron embates y hasta un pobre farolito, que ahora sufre de impotencia, está casi recostado contra el pasto. Cada uno es (in)feliz a su manera.
Pero igualmente es muy difícil no haber visto ayer domingo las rutas vacías y los pueblos por los que fuimos pasando como abandonados y ahora la tapa de los diarios cubiertas de celeste y blanco y no hacerse una idea de país, una tal vez no tan dichosa, que precisa de momentos así, cuatrienales, para sentirse un poco mejor, unidos, y en vez de putearse en la calle por cruzarse sin avisar tocar bocina a dúo, festejando lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia, sin saber en esencia bien qué es. Pero es que más no hay, tampoco.
Nadie pide que la gente salga a las calles a vitorear la nueva colección de películas de Ciencia Ficción que está sacando AVH, por ejemplo, cosa que tal vez sería peor. Ya compré el número tres, que viene con Dark City, la de Alex Proyas. Pero recién estoy terminando de ver Soylent Green, con el malo de Charlton Heston (al menos eso nos enseñó Michael Moore, que Charlton Heston es malo, muy). Es una película terrible. Otra distopía, ya que estamos, tan cataclísmica como 28 Days Later, pero terrible en otro sentido. Heston actúa pésimo, sin convencer ni a su tía. Pero toda la obra es así, desangelada, como filmada a desgano. Si a la calidad de los actores y de la película en sí le sumamos el hecho de que es muy probable que la sobrevuelen ciertas ideas retrógradas, salta a la vista que no estamos ante una obra fácil de digerir, por más que uno se empecine en ver cómo era eso de la ciencia ficción años atrás, donde uno presume inocencia. Y sí, eso es lo que sobra en Soylent Green, inocencia, la de la peor especie, la intratable, la que parece ufanada de sí. El dato rescatable es un cartelito que se deja ver apenas en medio de una multitud exacerbada: el cartelito reza “Green Day”. Me pregunto si uno de los peores grupos pseudo punks no habrá sacado de allí su nombre, y no, como dicen, de una celebración de la marihuana.
En Soylent Green le meten el perro a la gente, y le hacen comer lo que no es, espejitos de colores por los que cunde la desesperación, el pánico y hasta el crimen. ¡¿Qué haremos sin soylent green?! Pero honestamente no sé si vale la pena preguntarse por esta cuestión a propósito de un Mundial. ¿Un juego que se convierte en un asunto nacional, en algo serio, que en un minuto vacía las calles y en el siguiente las colma? ¿Quién puede prestarle atención a preguntas así mientras rueda la pelota? Pero a quienes les gusta el fútbol en serio entienden que no es culpa del juego, que es tan bonito. Es lo que gira a su alrededor lo que ocasiona la locura. Así como en ciertos lugares están prohibidas las publicidades de alcohol y de tabaco, debería prohibirse que se hicieran publicidades de todo tipo de productos con el Mundial de fondo. No es la única manera en que no nos preocupe tanto, pero por algo se empieza. Si a uno lo aturden todo el tiempo con que esos ladrillos verdes y pastosos son apetitosos y nutritivos y hasta pueden significar la salvación se termina comiendo el soylent green, dando por él lo que pidan, por más que esté hecho a base de vísceras, sangre y carne de nuestro vecino. Y si es crudo mejor, a lo bestia.

Fotografía de Eugenia Brusa

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