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marzo 5, 2011 / Roberto Giaccaglia

¿En qué me he convertido?

Nunca leí a Kazuo Ishiguro, pero apostaría que su novela Nunca me abandones (Anagrama, 2005) no es tan mala como la película que le siguió —o que se hizo a partir de ella—: Never Let Me Go (2010), de Mark Romanek, quien antes hizo One Hour Photo, esa donde Robin Williams era un tipo solitario, loco y peligroso, que se escudaba tras su monótono trabajo (técnico en un laboratorio fotográfico) para dar rienda suelta a sus obsesiones, y que por estos lados se llamó justamente Retratos de una obsesión o algo por el estilo. Esa había estado más o menos bien, es más, es la única película, creo yo, donde Robin Williams está soportable —bueno, acepto que también me gustó en The Fisher King (Pescador de ilusiones), del 91, pero ahí lo dirigía Terry Gilliam y además estaba Jeff Bridges…
En fin, ya no recuerdo de qué venía hablando… Ah, sí, de esa porquería que vi, Never Let Me Go.
Trata de lo que supongo trata la novela de Ishiguro, aunque seguramente peor: en 1952 un descubrimiento médico permite a la humanidad curarse del cáncer y otras enfermedades. Esto lo dice una de las protagonistas, Kathy H., muchacha de 28 años que se nos aparece como algo así como una enfermera, o más que eso una acompañante terapéutica para lo que suponemos son enfermos terminales… luego de esto vemos cómo el tiempo vuelve atrás, hasta la infancia de Kathy, en la que la vemos internada en un oscuro colegio inglés, donde todos pero todos los niños se portan bien y son bastante inocentes (estúpidos). No falta mucho para que nos enteremos de que todos ellos, incluida Kathy, se están preparando para ser donantes vivos: ahí reside la cura de las enfermedades, en «obtener» personas sanas cuyos órganos puedan servir en el futuro para quien los necesite.
La idea, además de servir a esas películas distópicas tan de moda, permite hablar de muchas cuestiones que se concatenan (recuerden: grandes preguntas hacen no precisamente grandes películas), por ejemplo: ¿Tenemos un alma o algo que se le parezca? ¿Existe algo como «la moral»? ¿Vale la pena esforzarse tanto por conseguir alguna cosa? ¿No terminamos todos en el mismo lugar después de todo? Y un largo etcétera de cuestionamientos que se nos vienen a la cabeza cuando uno está muy al vicio o medio borracho con amigos, que para mi gusto de ver se resumen mejor en esa frase histórica del peor cine argentino: «La pucha que vale la pena estar vivo».
Y bueno, Never Let Me Go es como el peor cine argentino, el que te hace sufrir por hora y media para al final darte un mensaje tibiamente positivo, de esperanza leve, de que no todo está perdido, de que hay que disfrutar con lo que se tiene y dale que va. Para eso, se utilizan entre tanto bajezas varias, de igual calibre carroñero, como es el de camas de hospital, cuerpos que se van desvaneciendo de a poco, corazones que se arrepienten, litro y medio de lágrimas por cuadro y por supuesto mucho gris y colores tenues. Seguramente —quiero pensar esto, al menos—, Ishiguro hizo algo mejor con todo este material, material peligroso, se sabe, para un cineasta mediocre como Romanek.

Por lo menos no entró a los oscares —aunque sí ganó varios premios menores y estuvo nominada a otros, por ejemplo a uno que se llama «Most Beautiful Film», lo que ya debería dar una idea de lo «valioso» que es el premio, y que da cierto grupo de mujeres periodistas de Nueva York, la mayoría seguramente separadas o solteras —dan premios como el «Sexist Pig Award» (para el cual estaba nominado el Mark Zuckerberg caracterizado en The Social Network) así que ya puede uno imaginarse adónde apuntan estas chicas.
Aunque su lista de mejores películas, directores, actores, guiones y esas cosas no difiere mucho de la que armaron los miembros de la Academia para sus famosos tíos Oscar, premiación que, todo hay que decirlo, disfruté bastante, no porque me sentara a ver cómo se premia la excelencia artística o esas cosas, sino porque es una noche en la que al fin tenemos, mi mujer, mi hija y yo, algo para ver sin que nos estemos reclamando el control remoto a cada rato, además de compartir el momento con unos cuantos platos de productos de copetín, cargados de colesterol y de grasas saturadas, más o menos como vemos en pantalla, salvo en el momento en que hizo su irrupción Trent Reznor, en traje de gala, subiendo rapidito las escaleras para recibir su Oscar a la Mejor Música Original.

Ya mi familia se había ido a dormir. Tendría que haber tenido alguien al lado, para que me pellizcara, a ver si era cierto eso: Trent Reznor en traje de gala, con moñito, agradeciendo al mainstream cinematográfico un premio que apuesto nunca estuvo en los cálculos de nadie que recibiría algún día.
Quién te ha visto y quién te ve, querido Trent, o como vos mismo cantabas: What have I become… en una de las más bellas canciones no ya de tu mejor disco, The Downward Spiral, sino de la década del noventa: «Hurt», que hasta a Johnny Cash se le dio por cantar, y muy bien, justo antes de su muerte, el último hit que tuvo según dicen…
¿Y adivinen quién dirigió el video de la versión de Cash? ¡Mark Romanek!, el mismo que intentó bajarme el ánimo y arruinarme el día con Never Let Me Go. Las pesadillas son así, circulares…
¿Pero en qué estábamos? Ah, sí, en Trent Reznor y su aparición en la noche dorada de Hollywood.

No hace mucho, ordenando el garage, tirando revistas viejas y esas cosas, encontré una nota a Reznor, que salió publicada justo antes de la salida de The Fragile (1999), disco que le ocupó unos cinco años grabar, durante una época en la que Trent estuvo bastante oculto, un poco haciendo deportes acuáticos y otro tanto recluido en la ex casa funeraria que compró en Nueva Orleans para convertir en estudio de grabación, lugar donde, justamente, se le dio forma definitiva a The Fragile —claro que una ex casa funeraria siempre será mejor que una mansión donde ocurrió un crimen atroz, que fue la clase de sitio que Reznor eligió para grabar su disco anterior, el ya mencionado The Downward Spiral (1994), que grabó en el 10050 de Cielo Drive, en Beverly Hills, California, es decir donde Sharon Tate fue asesinada por los miembros del clan Manson en 1969. Los asesinos de Tate escribieron «Le Pig» con sangre de la propia Sharon en la puerta del frente de la mansión, así que a Reznor no se le ocurrió mejor nombre para su estudio de grabación que justamente «Le Pig». La mansión fue tirada abajo poco después de la grabación de The Downward Spiral, pero Reznor logró rescatar algo de ella antes: la puerta. Se la llevó pues a la ex casa funeraria donde grabaría The Fragile y la instaló allí, para darle la bienvenida a todo el que quisiera entrar…
De nuevo perdí el hilo… Ah, sí, decía que ordenando el garage me encontré con una nota vieja de Reznor, que lo encontraba pues en uno de esos momentos difíciles en la carrera de todo artista de éxito: ese que viene luego de un disco que hace historia y de la posterior reclusión a la que empujan tantos flashes y palmaditas en la espalda… le pasó a Radiohead y a Nirvana y le pasará también a Justin Bieber y a los Jonas Brothers… bueno, entonces, Treznor, medio dormido, casi seguro apoyado en el vano de la puerta que alguna vez abriera Sharon Tate (en bata) para recibir a Polanski, dijo algo como: «Mirá flaco, si uno baja la guardia no tarda en convertirse en un rockero inmerso en la mierda, como ese boludo de Kid Rock… Me gusta coquetear con el mainstream, pero pienso que se lo puede hacer de forma inteligente, humilde… ¿me entendés?». Después de lo cual pidió un descanso para sumergirse en el baño de agua mineral que le estaban preparando dos sirenas negras en pelotas en la bañadera donde fue encontrado muerto Jim Morrison y que se hizo traer de París… no, mentira, pero seguro que se puso a hacer algo como eso.

¿Seguirá diciendo lo mismo Trent, después de vestirse así de lindo —el tipo es pintón, no cabe duda— y recibir esa estatuilla así de mainstream, agradeciendo a gente que seguramente no tiene la menor idea de quién se trata y de que alguna vez cantaba canciones con letras como “I wanna fuck you like an animal…” o, todavía mejor, “Maybe I’ll put a hole in your head, you know, just for the fuck of it…”?
Es lo de menos, porque lo importante es el trabajo por el que le dieron el premio (la banda sonora de la película The Social Network): lejos la mejor música para películas del año pasado, y eso sin salirse demasiado del estilo que venía mostrando luego de pelearse con todas las discográficas del planeta y tal vez con algún que otro músico, porque el tipo empezó a enfocarse más y más en las máquinas, a partir de lo cual —las peleas con las discográficas, quiero decir—, empezó a colgar su música en Internet para que todo aquel que quisiera la bajara sin pagar un centavo.

Así es. Después de With Teeth (2005), un disco presuntamente agresivo, pero que era sólo buen make-up, y Year Zero (2007), un disco que ya empezaba a mostrar trazos de que nada tiene por qué ser tan agresivo, o sobreactuado —sobre todo cuando uno ya tiene cuarenta años y se transformó en millonario y pudo comprarse una puerta que perteneció a Sharon Tate—, no hubo discos necesariamente «físicos» de Trent, sino más bien intangibles… en lo musical y en el soporte. Su música se volvió… ¿cinética? Sí, cinética: porque su música ya no era movimiento, sino un estudio del mismo, una abstracción de toda la mecánica que se pone en juego cuando los cuerpos andan, saltan, rebotan, vuelan, se ahogan. Y empezó a volverse bastante cinematográfica también. O sea, Trent estaba encontrando su destino, aquello para lo que siempre estuvo preparado, aún sin saberlo: ser el nuevo Clint Mansell, y uno tal vez más exitoso siempre y cuando no se metiera a trabajar con el impresentable de Darren Aronofsky.
Así que Trent editó Ghosts I-IV en el 2008, y ahí nos dimos cuenta en qué se había convertido aquello que empezó a gestarse con furia, decibeles, puro movimiento y letras tontas en Pretty Hate Machine, primer disco de Trent, de 1989, y todavía bastante escuchable.
Ghosts I-IV es, para decirlo cortito, dos horas de fenomenal música instrumental electrónica que todo ascensor o sala de espera de edificio que se precie debería poner como musak para aligerar la vida de los que por allí transitan. Y no sólo eso, sino que Trent por fin nos evitaba lo que nunca terminó de salirle: esa jodida lírica con las que nos trataba de informar lo mal y depresivo que estaba siempre, lo autodestructivo que era, cuánto abusaba de las drogas, cuánto sufría de ansiedad y cuánto más la muerte de su abuela —la pobrecita lo crió después de la separación de sus padres, a los cinco años.
Reznor, pues, ya se estaba consagrando de lleno a manejar controles, y no tanto a un grupo de rock o a ponerse al frente de un micrófono, cosas que ya había hecho lo suficiente y que iban quedando atrás —pese a que en cada lista que se hace mencionando los mejores discos de los últimos diez, quince, veinte o veinticinco años siempre hay alguno de Trent en la época en que cantaba aquellas letras que ya no lo representan.
Mejor así.
De ello salió después de todo The Social Network, el soundtrack, compuesto junto a Atticus Ross, un compositor inglés con quien ya había trabajado en discos previos, desde With Teeth en adelante.
Lo que hacen Trent y Atticus para la película de David Fincher suena bastante similar a lo que habían hecho en el citado Ghosts I-IV, y hasta tiene dos piezas (¿»piezas»? ¿no se usaba para el tango este término?) que vienen de ese disco, reelaboradas para la ocasión.
The Social Network, el disco, ganó tantos premios como la película, y empujará seguramente a Trent a una carrera que uno presume notable… ya se dice que trabajará para Fincher de nuevo este año, para la adaptación americana de la horrible película sueca The Girl with the Dragon Tattoo —que ojalá que Hollywood pueda mejorar, ya que al menos empeorarla es imposible, aún para Hollywood— y para otra que no sé de qué va pero que tiene el gracioso título de Abraham Lincoln: Vampire Hunter.

Con todo, hay que decir cómo empezó Trent su carrera musical en el cine…
En 2001, un tal Mark Romanek le preguntó si no quería componer la música de fondo para una película que se iba a llamar One Hour Photo y en la que iba a trabajar un tal Robin Williams…
¡Mark Romanek! (Las pesadillas son circulares, ya lo dije.)
Trent compuso algo, pero a Mark no le gustó, así que no lo usó para su película y el vínculo se cortó.
Por suerte.
A ver si todavía Trent terminaba trabajando con el tiempo para esa porquería que es Never Let Me Go

One Comment

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  1. Celina Van Dembroucke / Mar 8 2011 4:36 pm

    Pues yo sí leí a Ishiguro y su novela Never let me go me pareció muy mala, de modo que de la película espero todavía menos.

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