Saltar al contenido
junio 23, 2012 / Roberto Giaccaglia

Antes no había nada

Señales que precederán al fin del mundo, Yuri Herrera, 120 págs., 2010, Periférica, En algún lugar de España.

Rara vez he comprado una novela por su título. A ver… Bajo el culo del sapo, de Tibor Fischer, Todas las familias son psicóticas, de Douglas Coupland, Bajo este sol tremendo, de Busqued… y algunas pocas más y pará de contar. Pero esto es apenas cierto, porque de todos ellos algo ya sabía, algo ya había leído sobre ellos, o por lo menos algo imaginaba.

O sea que en realidad nunca había comprado una novela sólo por su título. Hasta ahora.

Efectivamente, nada sabía de Yuri Herrera. Nada. Ni de dónde venía, ni que era un doctor en alguna cosa y que enseña dicha cosa en no sé qué facultad (información de solapa), tampoco sabía qué había escrito antes si era el caso, o a quién se parecía.

Parecer, se parece un poco al tipo que nos vende agua y que tiene su negocio a unas cuadras de casa. La misma mirada. O como dicen los viejos, el mismo corte de cara. También se parece a Juan Rulfo.

No sólo en que es mexicano, y en que sus libros son cortitos así, sino en que sus obras son más que nada un trabajo sobre el lenguaje. Es más. Es tan preciso, lacónico y justo, que se podría decir que, como Rulfo, Yuri ya ha escrito todo lo que tenía para escribir en apenas un par de libritos. Espero que no sea así, por supuesto, en el fondo espero que no sea así, pero también puede ser que el esmero (desmedido para lo que estamos acostumbrados a leer) puesto en su trabajo -original, único-, redunde de seguir por el mismísimo camino en obras que inevitablemente sufrirán la comparación con las primeras.

Más, ya sobra.

Y escribir otra cosa (¡¿cambiar de registro!? ¡Por Dios!)… pues difícil que valga la pena.

Así ocurre cuando un escritor se destaca del resto. Le pasó a Ariel Bermani, cuya primera novela, Leer y escribir, tenía todo lo que uno espera encontrar, esto que vengo diciendo de la precisión, de la palabra justa para el momento justo, que a su vez con un poco de talento produce obras originales y únicas, frescas, novedosas, y que de persistir en nuevos libros suele ocasionar no otra cosa que repeticiones vanas y finalmente tedio. A Bermani le bastó con uno más.

Pero estábamos hablando de Yuri.

Yuri es mexicano y escribe en mexicano, pues. Sabiendo que la herramienta más valiosa de un escritor es su lengua, no la arruina con la idea de que lo puedan leer en España sin problemas. No provoca esas obras sosas, neutras, frías, el “grado cero del gusto” que alientan las aduanas literarias y del que se contagian escritores que se presentan a premios intercontinentales.

Si hay un riesgo, es el de ser uno mismo.

La historia de Señales que precederán al fin del mundo es un poco rulfiana, si vamos al caso. Una mujer (joven) parte en busca de su hermano -aunque no para cobrarle nada, como el hombre que partió en la novela de Rulfo a buscar a su padre, que lo tuvo en el olvido, sino para traerlo de vuelta-, se mete entonces por tierras inhóspitas, donde no la quieren y recibe en el camino poca ayuda, de personajes raros todos. Tampoco es que estén o siquiera parezcan todos muertos en la novela de Yuri, como en la de Rulfo, la mayoría están vivos, bien vivos, y engañan, disparan, huelen mal, le quieren meter mano, o por lo menos convencerla que de todos los bandos posibles el mejor es el de ellos. O sea, el mal le sale cada rato al paso y la tienta: Vente conmigo corazón… etc. Pero ella va como aliviada de sensaciones, con la vista puesta nada más que en su objetivo, como una leona a la cual no su hambre sino el de sus hijos le ha hecho olvidar todo lo demás.

En la contratapa alguien que no conozco se anima a comparar la novela de Yuri con los cuentos de la mitología, aquellos donde el héroe -supongo que se refiere a esto-, va sorteando pruebas, realizando trabajos imposibles, presentándose de tanto en tanto ante una puerta nueva, en las que guardianes furiosos y desconfiados le plantean diversos asuntos a resolver, o por lo menos una prenda que les retribuya su bondad de permitirle el paso. No va desencaminado quien lo dice. Aunque también puede leerse como novela de iniciación… por más que la jovencita ya esté más que iniciada y tenga experiencia de sobra en algunas cuestiones. Pero es eso, también, el descubrimiento para la protagonista de terrenos nuevos, donde para salir ilesa debe pues emplear talentos que ya conoce. Y es, de yapa, una iniciación porque como le pasa al muchachito este de El guardián entre el centeno (por mencionar una novela de joven-en-problemas-descubre-el-mundo que a mí me gusta, sólo por eso), a la vuelta del viaje ya no hay vuelta. Lo que dicen: volver de un viaje memorable es imposible, porque uno ya es otro. O lo que es lo mismo: no hay donde volver, porque todo se ha transformado.

Pero Makina no es un Holden Caulfield, digamos. El querido Holden al lado de esta, la joven protagonista, es un nene de pecho todavía, quien ante los ruedos que le salen al paso no tiene más que su capacidad cínica para defenderse. Makina, en cambio, tiene uñas.

Hacia el final, la muchacha se descubre un poquitín política. Su rebeldía tiene una causa. Es que resulta que un policía de frontera -uno que se da aires de capataz, en el border méxico-gabacho-, pone en fila a unos cuantos paisanos, todos arrodillados, y se les burla de su analfabetismo, diciéndoles algo como Si quieren pasar, póngame acá por escrito quiénes son ustedes, ja ja, ¡brutos! Claro, la única capaz de agarrar el lápiz y escribir es nuestra heroína, quien aparte de política se descubre levemente poética, aunque su poesía sea injuriosa, dura, militante: Somos los condenados de la tierra… somos los que limpiamos su mierda… etc. De repente, la joven rebelde se convierte en líder de una manada de desposeídos que lo único que pretenden es adentrarse en los states para hacerles el trabajo sucio a los gringos y ganarse el pan, ganarse su miseria. Makina no quiere eso, cuando los pobres diablos ya la estaban ungiendo como patrona y el policía golpeado en su orgullo se aleja puteando, ella, Makina, da media vuelta y se vuelve con su familia…

O quién sabe…

Porque esta es una novela sobre el fin del mundo, recordemos el fabuloso título que me hizo comprarla. La partecita anterior es medio traída de los pelos, poco creíble en el marco de una novela, sí, increíble, tal vez y nada más el intento a mi parecer innecesario de ilustrar brevemente la realidad social en la que se mueve la protagonista, como si no hubiera bastado acaso con la intensidad de lo mejor y más acabado que esta novela posee: su lenguaje… la capacidad abrasadora de su discurso para dar forma a un universo nuevo, una vez que el otro (el de los escritores sosos y todos iguales) ya ha dejado de existir.

Si lo sabrán los revolucionarios, la fuerza reside en las palabras.

Deja un comentario