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diciembre 3, 2011 / Roberto Giaccaglia

Diario de un librero #44

Empecé a leer muy entusiasmado lo nuevo de Stephen King, un libro de cuentos, Todo oscuro, sin estrellas, título increíble, ya que estamos, a la par, digamos, de Needful Things, que es mejor en inglés que la ocurrencia del editor en castellano, La tienda de los deseos malignos, que sólo convence a los fanáticos. Y justamente un fanático (una, en realidad) me lo sacó de las manos. El libro llegó ayer, lo empecé a leer hoy por la mañana y tuve la mala idea de dejarlo en el mostrador. El cuento que arranca el libro se llama «1922» y trata de un tipo que asesina a su mujer ayudado por su hijo. Después seguramente el fantasma de la mujer empieza a merodearlo, pero sé hasta ahí. El cuento venía bien, con uno de los temas favoritos de King: acortar camino entre el problema y la solución a base de sangre y violencia. Ciertos personajes de King no son muy políticos que digamos. A veces se cansan y prefieren, literalmente, cortar por lo sano. Sus mejores obras son de este tipo, no de marcianos, perros asesinos o pesadillas eternas culpa de errores de juventud. Pero la resolución del cuento, para mí, tendrá que esperar. Somos una librería pequeña e incluso de los best sellers no nos llegan más de uno o dos ejemplares por tanda. Si algún día nos expandiéramos, sería curioso que lo hiciéramos por la razón de que los clientes nos llevan demasiado pronto los libros que queremos leer. Igual, prefiero a los clientes así, intempestivos, que ven algo que les gusta y se lo llevan, sin preguntar el precio. La vida es eso. La buena vida, quiero decir, es eso: darse el gusto sin pensarlo demasiado. Los que dan demasiadas vueltas o entran con esas caras que anticipan que nada ha de gustarles me revientan, me enferman, me revuelven el estómago y tengo por supuesto todas las ganas del mundo de transformarme aunque sea por un rato en alguno de los maquinadores personajes de King, que calculan fríamente dentro del hombre que por fuera todos conocen, preparando la salida al problema de una manera que nadie se esperaría -sangre y violencia. Es tétrico, sí, y en nuestro sano juicio los resultados se ven como abominables, pero en fin, somos humanos y como tal presa fácil de deseos malignos, que es la materia principal de escritores, cineastas, cantantes de death metal y el pan diario de psicólogos y psiquiatras, no importa si -los escritores- muy buenos como King o muy malos como la mayoría. Cuando en vez de llevarlo al plano real escribimos cuentos se llama catarsis. Por ejemplo King. O por ejemplo lo que ocurre más o menos a diario en la librería y que me veo obligado a poner por escrito, en un diario. Un caso de días atrás: Entra una mujer y pregunta por El principito, sin escuchar si lo tenemos o no o qué precio tiene, para pasar a pedir acto seguido una “tijera prestada” para abrir un paquete de galletitas y yéndose luego tan contenta. O, hoy mismo, antes de que vendiera el libro de King: Entra una chica (20 y pico de años calculo, turista según me pareció), interrumpiéndome la lectura, claro, y pregunta sin decir hola por un juego de cartas, uno muy conocido, y bastante feo, le digo que no lo tenemos y sin que termine de decir la palabra «tenemos» -creo que alcancé a balbucear «ten…»-, me pregunta si puede pasar al baño. El local no tiene baño, contesto -mentira-, con mi mejor sonrisa, la del hombre que todos pueden ver por fuera, mientras el maquinador dentro de mí se imagina planes para hacer algún tipo de justicia. Una justicia que no es tal, por supuesto, porque nunca es para tanto, nunca es tan drástico el problema como la posible solución. No vivimos, la mayoría de nosotros al menos, en libros de King. Todavía hay estrellas sobre nosotros, no todo es tan oscuro, y poco pueden hacer al respecto las personas sin vergüenza con las que de vez en cuando nos cruzamos -las que entran a un negocio con cualquier excusa para conseguir lo que quieren, que siempre es otra cosa-, o las que ponen esas caras de ya saberlo todo y de que como tal nada podemos decirles que les sirva… Bueno, estas últimas hacen mucho para apagar las estrellas y oscurecer el cielo sobre mi cabeza y alentar en mí ese ser maquinador que en las obras de King hace estragos, desesperado y sin contemplar la vuelta atrás… La paciencia no es una de mis dotes.