Saltar al contenido
marzo 22, 2012 / Roberto Giaccaglia

Yo antes tenía un blog

Creo que nunca demoré tanto en publicar una entrada. Deben de ir unos cuatro meses, si no me quedo corto. El otro día lo comentaba con un amigo: El blog está muerto, decía. No ya este en particular, sino el blog en general. Nadie presta atención a lo que el otro tiene para decir, a no ser que sea en menos de 140 caracteres, o lo ponga sobre una fotito en el feisbuck. Además me empezó a parecer tremendamente pedante la publicación en sí de lo primero que le viene a la cabeza a una persona, como si fuera interesante y el mundo tuviera que saberlo.
No sé a qué viene esto, este silencio prolongado quiero decir, esta falta de ganas, seguramente al desencanto que trae aparejado toda actividad periódica tarde o temprano. Y sin amor no se puede escribir. En realidad sin amor no se puede hacer nada. O sí, pero mecánicamente, como un ejercicio vano, o una práctica que sólo sirve para que ciertas neuronas sigan funcionando. Como si hiciera falta. En realidad, no. Si esas dejan de funcionar, ya habrá otras que se encarguen de trabajar más. El tiempo que no se usa en escribir está bien usado en leer, o en realidad en cualquier otra cosa.
Por ejemplo, en practicar buceo. No es recomendable para los corazones débiles. Lo intenté hará cosa de tres semanas, en medio de las vacaciones que nos tomamos de la librería y de la vida en general. Llegué a los doce metros, los oídos me reventaban y sentía una piedra en la cabeza. Pero eso no fue lo más importante, sino el cagazo que tuve. Dos veces tuve que salir a la superficie -una de ellas dando lástima, manoteando al instructor-, medio atontado, creyendo que podía usar la nariz bajo la máscara, tragando agua, desesperado, con el cinturón de pesas a medio salir y el respirador bailoteando alocado, sin control, escapado de mi boca. Una vergüenza. A mi hija, en cambio, le fue mucho mejor -el agua es para los valientes-, y fue de hecho la experiencia que más disfrutó de las vacaciones.
¿No es raro? Uno vuelve de las vacaciones tonificado, sintiéndose otro, casi casi rejuvenecido, no solamente tostado o quemado por el sol. Ve la vida de otra manera, aunque sea por un rato, lo que dure la realidad en hacerle frente a toda esperanza.
El regreso fue catastrófico, ya que estamos. Encontramos la librería inundada, una cámara séptica había rebalsado con la última lluvia y el agua servida había entrado al local. Un agua amarillenta, amarronada, de un marrón suave, espesa, con un olor que volteaba. Fue creo yo el peor día de la librería, y diría que uno de los más nerviosos de mi humilde existencia, tan dada a la dejadez y a la nadería. Así que todo lo bueno que traía de las vacaciones se disolvió en un par de minutos. Luego vinieron el insomnio, las palpitaciones, la bronca, el resentimiento, el dolor de huevos, todas cosas que las vacaciones habían dejado atrás o que por lo menos yo pensaba que no habrían de volver.
Es más, he llegado a creer, casi que estoy convencido, de que las vacaciones sanan, purifican, curan de enfermedades reales o imaginarias. No sé si uno tiene algo grave, ahí ya no creo, pero pongamos por caso la hipertensión, la indigestión, el extrenimiento y la extremaunción (?), cosas más bien relacionadas con los nervios, ahí estoy más que convencido -ya olvidé el “casi”- de que las vacaciones son muy capaces y efectivas para aliviar o anular -mientras duren- estos males. A veces hasta es probable que vayan más allá y hasta logren hacernos la vida mejor aun habiendo vivido las vacaciones meses y meses atrás. El pleno recuerdo puede hacer mucho por tonificar el alma, que es a fin de cuentas el reducto principal de la salud, donde se esconde la última esperanza.
Yo viví varias experiencias así. La primera fue cuando visité el sur por primera vez. Es decir, por segunda vez, pero la “verdadera” primera vez me la pasé borracho -18 años, fin de la secundaria-, y no recuerdo mucho de ella. Entonces en la primera-segunda, ya un hombre grande, casado, con una hija, me iba dando cuenta de que día a día mi corazón se sentía mejor, mis pulmumes, mis huesos, mis músculos otrora adormecidos… Y al regresar cancelé mi filiación a una empresa de medicina prepaga, sabiendo que no iba a ir nunca más al médico, de lo bien que me sentía. Al final, con el tiempo, tuve que volver, por la vista, por el corazón, por los pulmones, por esto o por aquello, pero la sensación de binenestar duró mucho, lo suficiente como para creer que esa idea que tuve en mi primera-segunda visita al sur no era un capricho o algo antojadizo, sino una verdad, una de esas al menos que se sienten en el corazón.
No es que esté leyendo muchos libros de autoayuda ni nada, pero la curiosidad puede que tarde o temprano me haga ir explorando el tema. Se venden mucho, por lo menos. Y quizá cuente aquí -mi cuaderno personal-, lo que ocurrió el otro día con un personaje al parecer de lo más normal, que llegó a comprar un par de libros y se quedó a charlar -culpa de que le llamara la atención un ejemplr de Confianza total que tenemos en el mostrador- acerca de autores que exploran por así decir el costado mágico de la vida y que una vez fuera intentan volcar sus “conocimientos” en libros que según ellos si todo el mundo siguiera todo el mundo sería más feliz.
Y si cometí muchos errores es que, una, no me detuve a corregir esto que voy escribiendo y, otra y principal, el procesador de textos que estoy usando en este momento no parece tener instalado -al menos por defecto- un corrector ortográfico. Pero no me importa. Si sólo es eso lo que hay que “pagar” para no volver a usar el odioso Word Perfect bajo el más odioso aún Windows que así sea. Estoy usando Ubuntu, recién instalado, y chocho de la vida. ¡Configuré el sonido y se escucha de mil maravillas! Encima bajé un disco de Iron Maiden que me encanta -Killers, en realidad lo había bajado hacía rato, en la otra computadora, la puta corrompida que usaba bajo Windows y cuyos archivos salvé de milagro- en “alta definición”, por decirlo de alguna manera, no me sale otra, y se puede oír hasta la respiración de los músicos. La vida no puede ser mejor.