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abril 10, 2012 / Roberto Giaccaglia

Érase una vez un pollo gris

Muy buenos los Hot Nuts, unos maníes gigantes recubiertos con lo que parece chizitos molidos, eso y colorante, rojo pasión, muy picantes, sabrosos y notoriamente artificiales, similares en sabor, me atrevo a decir, a los palitos de ketchup que sacó Kellogs hace un tiempo, aunque a estos, que saca Bimbo, hay que agregarles la crocancia del maní, y la particularidad del sabor propio del maní, que por supuesto aquellos palitos de Kellogs no tenían, y cuya “potencia” era bastante menor, todo hay que decirlo.
Esto constituirá mi merienda de hoy -que de hecho estoy teniendo en este momento-, esto y un Speed Unlimited, esa bebida que algunos creen “energizante” y que a mí más bien me provoca gases. También me molesta su dulzor, el cual me parece excesivo, pero como quien dice es lo que hay. Las aguas saborizadas tampoco son de mis favoritas, ni hablar de las gaseosas, y por supuesto no voy a tomarme una cerveza, esperando clientes, en horas de trabajo conviene más bien mantenerse despierto, mostrar buen comportamiento o por lo menos simularlo, algo que no se puede hacer -lo de simular- si uno está bebiendo cerveza acodado al mostrador de una librería. Me gustaría poner acá: Me bebí una cerveza, esperando clientes, y como no entraba ninguno, me bebí otra, y así seguí, hasta que cerré. Ah, me encanta. Parece escrito por Ray Loriga -hasta usé “bebí” en vez de “tomé”. Pero no puedo poner eso porque esto es un relato realista de mi vida diaria, las verdaderas aventuras de Giaccaglia.
En uno de los libros de Loriga que más he disfrutado -el único que he vuelto a leer, convencido de que Loriga en realidad puede escribir, y no sólo posar- el personaje se la pasa abriendo botellas de cerveza. Es el pie del relato, la manera que tiene el autor de ir encadenando hechos, pensamientos, recuerdos. Tokio ya no nos quiere, se llama la novela. Un título hermoso. No recuerdo bien lo que quería decir con esto… ah, sí, que al leer una y otra vez que el personaje se la pasa abriendo cervezas invariablemente a uno le dan ganas de hacer lo mismo. Yo lo he puesto en práctica algunas veces, y no a propósito del libro. No tengo mucha experiencia en escribir lo de Abro una cerveza, me la tomo, etc., pero sí en hacer precisamente eso. Práctica, y no teoría. Y no puedo decir que haya pasado de tres o cuatro antes de encontrar cierto fastidio, es decir pocas ganas de abrir una más una vez que la sed fue largamente saciada. Leyendo a Bukowski suele invadirme la misma sensación de inverosimilitud: no se puede tomar tanto. Menos que menos, tomar de la manera en que toman todos estos tipos (y mujeres) en sus novelas y hacer mientras tanto otras cosas, como manejar un auto, apostar a los caballos, articular moderamente bien palabras suficientes como para levantarse una mina (o un tipo), etc. A no ser que estemos hablando de estómagos especiales.
Otro al que le gustaba que sus personajes se la pasaran empinando el codo era al maestro Carver. Aunque hay que decir a su favor que en sus historias las cosas terminaban bastante mal -casi siempre- por culpa de que al protagonista se le diera por tomar y tomar. O por lo menos ocurría una revelación, una epifanía, al menos, quiero decir, un cambio para bien, como quien dice Oh, de tanto tomar la he cagado de nuevo, y cosas así. Se ve patente en la película Everything Must Go, basada en uno de sus relatos, que creo que en castizo se tradujo como ¿Por qué no bailas?, o algo por el estilo -el cuento, quiero decir, no sé cómo le habrán puesto a la película. Es una gran película, con un gran actor, Will Ferrell. Bien, allí, un hombre es abandonado por su mujer, harta de que el tipo viva en pedo. Pierde su trabajo por lo mismo, su casa, su auto, todo. Bueno, no todo. Le queda la cerveza, y lo que resta de alcohol en su petaca. Toma todo el tiempo, pero en algún momento ocurre la magia, lo alcanza, por así decir, un relámpago de realidad, y se da cuenta de que lo ha perdido todo por culpa de esas latas que abre una detrás de la otra. No deja de tomar, pero al menos comprende por dónde viene la cosa.
Los relatos de este hombre, Carver, son, digamos, del tipo pecado-redención, más moralistas que los de Loriga y ciertamente Bukowski, pero también, me atrevo a decir, más cercanos a la realidad, por lo que a fin de cuentas su crudeza es más manifiesta, más presente o cercana. A la suciedad de Bukowski -Loriga no es sucio, juega a embarrarse-, uno la nota distante, no daña demasiado quiero decir, es divertido leerlo y aún que otro golpe es capaz de acertar, pero al lado de él la potencia de Carver es demoledora, lo que le pasa a sus personajes es verdaderamente cruel: el alcohol los lastima, como el amor, la enfermedad, la soledad o la locura. Para los otros, en cambio, los personajes de Bukowski, o los de otros que “juegan” con el asunto -los que ponen, simplemente, Abro una cerveza y después otra, y así sigo- es un viva la pepa. Sus estómagos son de acero, y también sus corazones.