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enero 26, 2009 / Roberto Giaccaglia

Ojo con largarse a escribir

spanbauer

Ahora es el momento, Tom Spanbauer, 526 págs., 2007, Mondadori, Buenos Aires.

Tom Spanbauer practica la escritura peligrosa. Hasta donde sé, es un concepto inventado por él. Y es bastante simple: se trata de ponerse a escribir sobre lo que uno teme, sin pensar demasiado. Por ejemplo, a mí me da miedo Michael Jackson, así que, de hacer un cuento inspirado en mi miedo, para hacer digamos una catarsis, o exorcizar fantasmas, me largo sin más a escribir sobre él, Michael Jackson, sin detenerme, hasta donde me dé el cuero. Michael Jackson es un hombre que un buen día decidió que quería ser blanco, se necesita cierto coraje para ello y bastante mal gusto, además de cierto odio hacia sí mismo. Desgraciadamente, a Michael Jackson, de todo esto, coraje, mal gusto y odio hacia sí mismo, sólo le sobra el mal gusto… Algo así.
En la escritura peligrosa uno no se pone a pensar qué es lo que va a poner en el papel sobre las cosas que le dan miedo, o que odia, sino que simplemente escribe, como le salga. Ni siquiera corrige. O sí corrige, pero para adelante, es decir escribiendo más de la cuenta.
Por eso Spanbauer sigue escribiendo cuando el lector ya lo abandonó, cansado de sus repeticiones y de sus juegos de palabras raros, pero a él no le importa, es un escritor punk, toca de oído y no ensaya nunca, o, mejor dicho, convierte en canciones instantáneas sus ensayos. Es incluso más punk que Chuck Palahniuk, su alumno más famoso.
En efecto, el bueno de Chuck es alumno de Spanbauer, que dicta un taller de escritura en Portland, según tengo entendido. Desde allí, Spanbauer les dice a sus alumnos que se suelten y que dejen salir sus terrores sin más. A Chuck Palahniuk le fue bien, como todo el mundo sabe, incluso mejor que a su profesor, a quien todavía no le adaptaron ninguna novela al cine.
Pero no sólo eso les dice Spanbauer, sino que les da ejemplos para que lean y aprendan.
Uno de esos ejemplos es una escritora norteamericana, Amy Hempel, que escribe sin ataduras, a rienda suelta y a toda marcha, con frases cortantes y simples. Su famoso cuento “The Harvest” es una muestra de lo que Spanbauer quiere lograr alguna vez, minimalismo, y que a él, al menos en Ahora es el momento, por momentos se le escapa bastante. Y se le escapa porque el lema del minimalismo, “Menos es más”, Spanbauer lo logra apenas. A veces pareciera rehuir de sus propias ideas y acosarnos demasiado. No es que nos llene de detalles, nada de eso, sino de emociones, una tras otra, por más que esas emociones ocupen, como ocupan, un renglón o a lo sumo dos. Es tanto lo que sufre y goza el protagonista de Ahora es el momento que uno no se explica cómo hace el corazón para no reventársele de golpe. Pero uno nunca es lo suficientemente simple, o lo suficientemente bueno si se compara con sus ídolos.
La mejor literatura, dijo Andrés Rivera, que escribe a toda marcha, con frases cortantes y simples, es la norteamericana, así que los norteamericanos no andan buscando ejemplos de lo que quieren hacer en otro lado. A mí me lo dijo cierto escritor cordobés una vez, quien dijo de él mismo no ser quizá un buen escritor, pero sí un buen lector. Me dijo, entonces, que leyera literatura norteamericana si quería saber qué era la buena literatura.
¿Velocidad y ritmo tal vez?
Vaya uno a saber.
Hasta ahora, por caso, y para nombrar a uno de los referentes actuales de la literatura con velocidad y ritmo, no leí nada de Chuck Palahniuk que me gustara, o al menos que me gustara mucho —una de sus novelas más famosas, Fantasmas, es horrible, si obviamos por supuesto uno de los relatos que la componen, “Tripas”, tal vez de lo mejorcito que Chuck escribió en su vida.
Y lo mismo que me pasa con Palahniuk pensé que me iba a pasar con el libro de Spanbauer que cayó en mis manos, Ahora es el momento, un mamotreto de un montón de páginas por momentos intragable.
Es que las páginas sobran en Ahora es el momento, pero sobran por la razón que expliqué más arriba: Spanbauer corrige hacia adelante, el desgraciado no se detiene nunca, incluso a riesgo de cometer torpezas o repeticiones que agotan al lector. Una de esas torpezas es el uso de las metáforas, uno de los usos más cursis y feos que se puso en práctica en los últimos años. Para describir por ejemplo la sensación que experimenta el protagonista al ver por primera vez el torso desnudo del amor de su vida, un indio moreno, sudado y fibroso, Spanbauer habla de agua, sombra fresca y hierba verde donde antes sólo había sol. Y para hablar del momento que comparte con sus padres yendo a la iglesia en un viejo Buick, dos personas, sus padres, que no se hablan y que se odian en silencio, Spanbauer habla de sexo, alcohol y rock and roll. Y para hablar de hacer el amor habla de irse volando. Y para hablar de la fuerza de un par de tetas que lo acompañan una noche, Spanbauer se imagina que ese agradable par reventará el sostén que lo contiene como se revienta la bandera de las barras y las estrellas. Y los pechos de su compañera… ¡dos peces “brillantes” bajo el agua!
La verdad, perdón, ahora que lo pienso es brillante. Todo esto, lo de recién, es brillante, como los peces o las tetas que describe Spanbauer en la novela. Lo que está haciendo Spanbauer es poner lo primero que se le viene a la cabeza. A mí me pasó varias veces eso y a veces, por miedo, no lo he puesto, no lo dejé salir y al final puse cualquier otra cosa, tan pensada y corregida que quedó como el culo.
Lo que pasa con Spanbauer es que no le tiene ni un cachito de miedo al ridículo. Por Dios, si lo tuviera no escribiría así, repitiéndose tanto por ejemplo, o llamando la atención del lector a cada rato: ¿Pueden creerlo?, nos dice Spanbauer unas mil veces en el libro, yo estaba ahí masturbándome mientras mi madre me espiaba. Es un ejemplo, nada más, no sucede exactamente así en el libro, pero bastante parecido. Creo que Salinger hizo algo como esto de charlar con el lector en El guardián entre el centeno. El muy querible antihéroe de esa novela, Holden Caulfield, nos interpela cada dos por tres. Me sonaba de algún lado y ahí está, era Salinger… no sé por qué en Salinger no me molestó y en Spanbauer sí. Tal vez porque ya lo había visto en Salinger, y mejor. O porque ya lo había visto en Palahniuk, cómo no.
Pero no creo que a Spanbauer tal cosa le moleste, que yo mismo me sienta molesto por su escritura a las apuradas, las repeticiones y las metáforas blandengues. También repite ideas, recursos (tal vez porque no se acuerda de haberlos usado previamente —volveremos sobre esto más tarde, creo).
Spanbauer, por ejemplo, tiene cierta fijación con los ojos. Para Spanbauer, todo sucede en los ojos. Al menos en Ahora es el momento. Cada persona con la que se encuentra el protagonista tiene algo en los ojos que le llama la atención, algo especial, algo único, algo que sólo en esa persona se puede encontrar allí, en los ojos. A veces es un color, a veces es un brillo, a veces es una lágrima, a veces es un trueno o un infierno allí desatados. Tiene suerte el muchacho que supongo es el alter ego del escritor (sí, lo es). Yo mismo a lo largo de toda mi vida he encontrado muy pocos pares de ojos especiales o expresivos o que me dijeran algo. Pero bueno, se nota que el escritor que es Spanbauer estaba pasando justo por cierta etapa donde los ojos, o hablar de ellos, constituía cierta debilidad… o cierto empuje en el argumento, así que nos topamos con los ojos de la madre, con los del padre, con los de la hermana, los ojos de los muchachos que le gustan, los ojos de los muchachos a los que tiene miedo, los ojos de la muchacha que le gusta y a la que teme, los ojos del indio al que… para no hablar de las manos y de las uñas de la madre, parte de la anatomía materna que Spanbauer nos recuerda cada dos por tres, más o menos con las mismas palabras cada vez… para no hablar de los labios cuando besan… dos cosas mullidas que apenas tocan otras dos cosas mullidas… para no hablar del aire, que a lo largo de Ahora es el momento se enrarece y se resquebraja y se hace irrespirable a cada rato… eso es todo lo que usa Spanbauer para hablarnos del universo y de la vida del protagonista, él mismo: ojos, manos, uñas, labios, aire… recursos de los cuales se agarra para mostrarnos los diferentes problemas por los cuales atraviesa el muchacho con sus padres, con sus compañeros de escuela, con su hermana, con su amiga, con sus amiguitos…
Estos personajes, sobre todo padres, noviecita y noviecitos, son seguramente las cosas a las que el escritor Spanbauer teme —o temía cuando tenía la edad del protagonista de Ahora es el momento. Por ello se puso a escribir sobre los dos tópicos que llenan la novela, vale decir la opresión paterna y la sexualidad ambigua —dos cosas que, y se nota mucho, Spanbauer sufrió en su tierna juventud.
Digámoslo, en esta novela Spanbauer es Rigby John Klusener, un muchacho de pueblo criado por un par de padres mojigatos, chupacirios y muy violentos, y Rigby John Klusener es alguien que está despertando a la sexualidad, que no sabe bien qué le gusta más, si las chicas o los chicos y que de lo único que está seguro es de querer escaparse para siempre del hogar paterno, viajar lejos, a la tierra de la libertad, San Francisco, volverse hippie y fumar marihuana hasta morir —no creo que nunca nadie haya muerto de esto. O sea, Ahora es el momento es una novela de iniciación.
Siento otra vez el fantasma de Salinger sobrevolando por aquí… y también el de otro antihéroe menos famoso, pero igual de perdedor y de hermoso que el personaje de Salinger y el de Spanbauer, el de Tristan Egolf, un genio con todas las letras, suicidado a los treinta y pico y creador de John Kaltenbrunner, el amo del corral, un muchacho de granja, solitario y emprendedor, que se quiere hacer a sí mismo mientras enfrenta a un mundo que no lo entiende…
A propósito, encuentro cierta similitud no sólo entre el universo de John Kaltenbrunner y el de John Klusener —el mundo los odia, ambos viven en un mundo enrarecido de catolicismo y puritanismo, Klusener lo dice a cada rato en Ahora es el momento: “El universo conspira para joderme”—, sino también en los mismísimos nombres… ¿No será el John Klusener de Spanbauer un homenaje al John Kaltenbrunner de Egolf, esos adolescentes escindidos?
Ah, la historia de un “adolescente escindido” es la de todo adolescente que se precie de tal y que no quiera morir como un estúpido corriendo picadas con sus amigos o algo parecido. Adolescentes que quieren dejar algo en el mundo antes de partir, o sea antes de convertirse en otra cosa (gente de traje, qué sé yo, o gente preocupada por las noticias). No sé qué es lo que quieren dejar los personajes de Salinger y de Egolf, hace mucho que leí esos libros… un momento, creo que el de Egolf lo que quiere es hacer la revolución, sí, eso, cambiar las cosas, darlo todo vuelta… pero el de Spanbauer lo que quiere es dejar Amor… sí, lo dije, Amor, un montón de él, como en la canción de Led Zeppelin.

Creo haber prometido que “íbamos” a volver sobre esto que le pasa a Spanbauer, de olvidarse con qué recursos o ideas estuvo trabajando, por lo que se repite una y otra vez a lo largo de la novela. Pero no es en realidad que Spanbauer se “olvide” de nada. Es uno de los riesgos que quiere asumir, y lo ha dejado bien en claro. Para él, una novela es una sinfonía en la que las notas con las que el “oyente” ya se familiarizó en la apertura deben ser las que se repitan a lo largo de toda la pieza. No hay nada como un lector con el oído habituado, un lector al que al encontrar una y otra vez lo mismo página tras página se le hace más fácil tararear lo que el escritor tiene para decirle. Para Spanbauer, esto constituye el minimalismo: nunca perder la línea melódica original, que el “tema” se repita una y otra vez por más que las escenas sean distintas o los personajes varíen o desaparezcan, más o menos como en la segunda mitad del álbum Abbey Road, de los Beatles.
Es extraño que con un procedimiento semejante Spanbauer logre lo que se propone, atrapar al lector, es incluso casi milagroso. Debe de ser talento, que le llaman. No a cualquiera se le recomienda intentarlo, por más miedos o rencores o dudas que guarde y quiera poner por escrito.

Fotografía de Jesús Císcar

7 comentarios

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  1. Juan Secaira / Ene 26 2009 11:50 pm

    estimado Roberto: muy buen post, leí a egolf hace tiempo, intenso y claro en su prosa. del escritor que comentas lo que demuestra es que no existe una sola forma de escribir, depende del talento de cada uno.
    pasando a otro tema, te escriibí un mail respecto al evento al que quería que vengas; el país entró en crisis económica y todo está parado, tanto que yo tuve que buscar otro trabajo pues todo ingresó en una congeladora. Estaba muy illusionado con todo ese asunto, no sé en qué estado estará porque me abrí ya que necesitaba, como todos, comer y dar de comer a mi familia, así que busqué otros caminos, cono hizo la gran mayoría de los involucrados en el tema.
    ojalá retomen el asunto y podamos vernos algún momento,
    saludos

  2. robertogiaccaglia / Ene 27 2009 12:02 am

    Gracias Juan, y no te preocupes. No recibí ese mail del que hablás, pero te repito, no te hagas problema alguno. Ya se dará.
    Y en cuanto a la crisis… siempre estuvimos en crisis, tanto allá como acá, ni hablar acá, así que lo peor es la mala sangre.
    Un abrazo y, en todo caso, gracias por el intento.

  3. Juan Secaira / Ene 29 2009 1:46 am

    por supuesto, estimadoRoberto, que siempre hemos estado en crisis; pero había un presupuesto pare el evento, y por los probelemas recientes pues todo se dificultó. Mala sangre no hay, pues las cosas escapan de las manos de uno y poco se puede hacer al respecto.
    saludos

  4. El Gemelo Malvado / Ene 29 2009 7:10 am

    Ritmo. Tempo. Dame eso y tendrás una maravilla. No me importa si la historia es una disquisición filosófica sobre el principio de incertidumbre, la historia de dos ancianas gemelas y solteras o un juego infantil en una hamburguesería (je).
    Ritmo. Tempo. Lo demás es elegir el cuento.

  5. robertogiaccaglia / Ene 29 2009 1:23 pm

    Efectivamente Gemelo, dos cosas, «ritmo» y «tempo», que no están al alcance de cualquiera. Historias tiene todo el mundo, ¿no? Yo a lo que vos llamás «tempo» lo llamé «velocidad», algo que tal vez se preste a confusión.
    Y para hablar de confusión, sigo ahora con Juan.
    Juan, no sé en Ecuador, pero en Argentina «hacerse mala sangre» es preocuparse de más. Si allí significa otra cosa, perdón.
    Si no se realiza en tu país el evento del que habíamos hablado, claro que es una lástima, pero ya habrá otra oportunidad, no desanimes.
    Un abrazo.

    Y otro para El Gemelo.

  6. Ciudadano 2.0 Mendoza Opina / Ene 29 2009 5:20 pm

    hola, les dejo un lindo espacio de participación ciudadana 2.0 de mendoza
    Participacion Ciudadana 2.0 en Mendoza
    saludos

  7. Anónimo / Feb 2 2012 11:03 pm

    Es la peor crítica que he leido, está llena de envidia, y falta de sensibilidad y magia. Pena.

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