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noviembre 12, 2011 / Roberto Giaccaglia

Lo joven que todavía somos

Pronto ha de llegarme lo que algunos llaman crisis de la mediana edad, que no es otra cosa que una negación de los años que se tienen. Es una crisis romántica, por supuesto, no porque afecte a las relaciones de pareja, cosa que hace sobradamente, sino por los cuestionamientos que se suceden sobre uno mismo y que tienen que ver, obviamente, con las metas no alcanzadas. Por ejemplo, la de cambiar el mundo. Yo soñaba con eso y ahora resulta que tengo un trabajo. O sea, intento venderle cosas a la gente. Más allá de la felicidad que esto pueda provocar en las personas de buena voluntad y ánimo acorde, que por poco dinero obtienen aproximadamente lo que fueron a buscar, no deja de ser una tarea minúscula comparada con las alturas de lo que alguna vez quise lograr -y que no tenían que ver, por supuesto, con venderle cosas a la gente. O quisimos. Pienso, claro, en los que conocí en mi juventud. Todos, a su manera, querían cambiar el mundo. Bueno, no todos. Algunos se conformaban con seguir la tarea del padre/madre, una carrera impuesta por la conformidad y los diversos procesos acomodaticios de la gente normal, pero no estoy pensando en ellos ahora. Estoy pensando más bien en los que querían introducir en la porción de universo que les fuera a tocar un cambio que aunque minúsculo en un principio creciera hasta alcanzar proporciones gigantescas, acordes a nuestras pretensiones. Esas pretensiones las dábamos a conocer en charlas regadas con alcohol o bien regadas de soledad, cuando hablábamos con nosotros mismos. En ambas ocasiones sonaban discos como el cuarto de Zeppelin, que algunos se empeñan en llamar ZoSo, al parecer una palabra que esconde poderes rúnicos, y que su culpable, Jimmy Page, guitarrista, librero y brujo ocasional, planeó más bien como una broma que a lo largo de los años fue tomándose más y más en serio.
También sonaban otras cosas, sonaba Zeppelin II, por ejemplo, o discos que en su conjunto en realidad me gustan más, como The Dark Side of the Moon, pero me parece que es justamente un disco como el cuarto de Zeppelin el que más se acerca a una idea de melancolía anticipada, una extraña obra de arte que invita a revalorizar lo que todavía no se ha vivido, y a ponerse tristes por saber de antemano que nada va a salir del todo bien, o por lo menos como lo esperamos. Fabián Casas cuenta que ZoSo significa precisamente algo como «Sin posibilidad de buen final». En el fondo, todos creíamos eso cuando nos poníamos a soñar: que nada de lo que imaginábamos iba a terminar bien. En los intersticios de nuestros sueños crecía también la pena, una crisis de transición anticipada, pues a pesar de que todavía faltaba mucho para volvernos cínicos, amargados, desabridos y sólo un poquito más astutos, ya lo estábamos sufriendo. Como quien dice, tarde o temprano, no importa cuán bien me vaya en la vida, tendré 40 años.
Para escaparle a la idea de vejez, o no a la idea, sino a la sensación, que es otra cosa, una sensación que dicho sea de paso tiene mucho de certeza, se pueden hacer varias cosas. Y todas ellas tienen que ver con volver el tiempo atrás. Por ejemplo, comprarse una moto. La moto para un tipo de 40 no es un medio de transporte, es una máquina del tiempo. Mientras el cuerpo va hacia adelante, el espíritu viaja años en el pasado: se reencuentra con sus compañeros de secundaria -es decir, todavía yendo a la secundaria-, estaciona en la plaza, mira las chicas pasar, con la moto cerca, sabiéndose dueño, de la moto y de las miradas ocasionales. Hay cosas más baratas, lógicamente, que permiten fantasías parecidas. Un buen tatuaje (o un par, siempre es mejor), un corte de pelo arriesgado (colita), algo de ropa que siempre le queda mejor a los otros, horas de gimnasio, etc. Todo es bastante triste y patético, pero sólo es así -triste y patético- si uno se pone a pensar en el tema. Si en cambio lo deja fluir, si se sube a la corriente, pues adelante nomás, uno puede hacer como que vuelve a empezar.
Dentro de un par de años le tocará a The Dark Side of the Moon cumplir sus 40. Entonces, tal vez se pueda todavía ir más allá en cuanto a esto de las concepciones temporales, o a lo que entendemos, en fin, acerca del paso del tiempo. Entre otras cosas, The Dark Side of the Moon habla de eso: de todo lo que hacemos para no pensar en lo viejos que nos ponemos.
Las obras maestras invitan a la reflexión: a ver, ¿qué nos siguen queriendo decir estos maestros al día de hoy y que todavía no entendimos? Pero yo creo que aún más que eso a lo que invitan es a pensar en uno mismo. Es decir, qué éramos cuando nos topamos con esas obras en nuestra juventud y qué somos ahora. La pregunta es peligrosa, casi cruel: ¿envejecimos tan bien como ellas?
Ay, no. La respuesta casi siempre es no.
Pero no hay que quedarse con esto. Si fuese así, todos ya estaríamos más muertos que Andrés Caicedo e Ian Curtis juntos.
El otro día estaba viendo esa película fenomenal que es 24 Hours Party People, sobre los primeros días de Factory, el sello donde grabó New Order, Happy Mondays, etc., y en una parte se muestra a un atribulado Ian Curtis -enojado más bien, desilusionado, muy bien interpretado por un actor que no conozco- reconsiderando su gusto por David Bowie porque en una canción éste dice que hay que morirse a los veinte y pico y ya estaba llegando a los 30. O sea, para Curtis, Bowie era un viejo que no había cumplido su promesa. O lo que es lo mismo: no creía en lo que cantaba. Bueno, tal vez el problema de Curtis y de Caicedo fue que se tomaron las cosas demasiado en serio. Fueron un torbellino creativo y al menos uno de ellos cambió el mundo, o una parte sustantiva de él, pero carecieron del humor suficiente o no podían verse, con los años, comprándose una moto y viajando atrás en el tiempo. Caicedo, me imagino, era uno de esos tipos que temían envejecer, y bien sabía que no hay cirugías para el alma o el espíritu: una vez que se acumuló la suficiente carga, no hay forma de borrar esas arrugas. Lo mismo podría decirse de Curtis: más años, habrá imaginado, son más sufrimiento Si no puedo así de joven, ¡¿cómo será después?! Mejor no averiguarlo. Consiguieron en parte lo que querían. Sus retratos son pues los de la juventud eterna. No sé si decir lo mismo de sus obras, a las cuales es imposible leerlas/escucharlas sin la mirada por sobre el hombro de sus fantasmas, a ver cómo las estamos digiriendo.
Por su culpa, es decir la culpa de estos jodidos fantasmas, son obras que se me antojan más urgentes que vitales, más necesarias -para ellos- que vigorosas -para su público.
En cambio, en Zeppelin IV ya existe el reposo del guerrero triunfante, el del tipo que después de haberse dado un par de vueltas por la oscuridad se empeña en iluminarlo todo, con todo el tiempo y la tranquilidad del mundo. Vigoroso y vital, es un clásico de otra especie: uno que no se propone irrumpir con la fuerza de un manifiesto antitético (en este sentido, Caicedo y Curtis son bastante más punks), sino simplemente aparecer con la elegancia de una piedra de toque, al alcance de todo aquel que se entregue mansamente a su aura. Y bueno, con los años algunos se compran motos o se hacen peinados raros. Yo estoy empezando a creer en la magia. Ver documentales de Zeppelin donde los muestran en vivo me hace decir que si no fue la brujería o la magia negra lo que hizo que se juntaran esos cuatro tipos (justo esos, ninguno otro), nadie puede saber qué fue.
Determinadas perspectivas sólo pueden vivir -lo justo y necesario, el tiempo elemental que les toca a determinadas perspectivas- o desarrollarse en pocos escenarios, no en todos. Y para bien o para mal muchos elegimos o nos tocó en suerte para imaginar nuestras diversas formas de cambiar el mundo -perspectivas que duraron lo suyo o todavía mantienen un leve aliento- discos como este, que hoy está cumpliendo 40 años y que al contrario de muchos de nosotros parece cada vez más joven.

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